¡Innecesario! ¡Innecesario! ¡Innecesario!
Al principio pensó: "¡Qué
tontería!", y tomó la pluma. Mas, cuando quiso continuar el
trabajo iniciado, se convenció inmediatamente de que, en efecto,
tenía que tacharlo de un plumazo y escribir debajo:
¡Innecesario!
Comprendió que todo continuaba como antes;
únicamente su alma había quedado cerrada a piedra y lodo. En
adelante, sería dueño de regir las funciones de su alma
empadronada y, quizás, también dueño de pensar; pero nada
de aquello tenía ya objeto. Le habían quitado lo principal, lo que
constituía el fundamento y la esencia de su vida: aquella fuerza radiante
que le permitía encender los corazones de los demás con el fuego
del suyo propio.