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Inmediatamente un escalofrió recorrió su cuerpo, la temperatura había descendido bruscamente, pero no le prestó mayor atención, toda su concentración apuntaba al extraño aroma. Lo sorprendió distinguir que olía a azufre quemado, más se tranquilizó diciéndose que seguramente habría alguna fabrica en la zona; aún no conocía bien el pueblo. Posiblemente habría una fábrica que utilizara azufre en su producción, y el olor llegaba hasta su casa con jardín. “¡Una fábrica produciendo un domingo!”, ya había aceptado la teoría de la fábrica quemando azufre cuando el pensamiento lo sorprendió. Decidió caminar hacia la calle, y si bien no quería interrumpir la paz que le daba su jardín saliendo afuera, había llegado a la conclusión de que debía averiguar de dónde provenía ese olor tan particular.
Ya a unos pasos de la puerta de rejas que daba a la calle divisó humo oscuro que brotaba del suelo en la calle. Pensó preocupado en un principio de incendio, y ya estaba dispuesto a volver corriendo a la casa en busca de un balde con agua cuando notó lo peculiar de ese humo. Era realmente oscuro, como el humo de la quema de un neumático, y ascendía verticalmente formando un cilindro perfecto. Tan sólo unos segundos quedó perplejo mirando el fenómeno y tratando de descubrir el origen del mismo. Tan sólo unos segundos y el humo comenzó a disiparse. Una figura aparecía lentamente mientras se disipaba el humo. Facciones humanas, barba en punta, piel color rojiza, patas de cabra, cuernos y cola. “Hola Jesús”, le dijo El Diablo. “Lamento interrumpir la paz de tu casa con jardín”, agregó riendo con sarcasmo.
Cualquier persona en sus cabales, cualquier individuo con con un mínimo de raciocinio, cualquier ser humano con sentido común hubiese salido corriendo, hubiese gritado invadido por el temor, o hasta quizás, es posible, hubiese muerto de un ataque cardiaco. Pero Jesús no. Es que, simplemente, no podía creer lo que veía, y decidió no hacerlo, Tanto así que preguntó decidido: “¿Y vos quien sos?” El Diablo rió estrepitosamente explicándole que podía llamarlo Lucifer, Satanás, Señor de las tinieblas, anticristo o simplemente Diablo; Jesús decidía. Y para sorpresa del Diablo, Jesús dio media vuelta sacudiendo su mano sobre su hombro mientras mordía su labio inferior y se dirigió hacia la casa.
Caminaba pausadamente de vuelta a la casa frotándose los brazos para quitarse el inusual frío cuando se percató de que el cielo se había aclarado nuevamente; ni una nube. Finalmente se desconcertó, y no por la aparición que había presenciado hace unos instantes sino por el cambio climático. Giró sobre sus pasos para constatar que hace sólo unos segundos había observado el cielo totalmente oscuro; no era posible pensar en un fenómeno meteorológico particular de la zona, si sólo se había alejado poco más de cien kilómetros de la ciudad. Y el cielo seguía totalmente oscuro en dirección a la calle, y más allá de la puerta El Diablo lo miraba fijamente sonriendo levemente de costado.
Pero Jesús estaba más preocupado por el inexplicable cambio en el firmamento ya que al voltear nuevamente debió hacerse visera con la palma de la mano para cubrir sus ojos del sol. En ese preciso instante una luz blanca lo encegueció justo en frente de la puerta de entrada de su casa. “Dejé la luz encendida”, concluyó. Una figura aparecía lentamente mientras se disipaba la luz. Esbelta, espesa barba blanca, y largo cabello poblado de canas. “Hola Jesús”, le dijo Dios “Lamento interrumpir la paz de tu casa con jardín”. “¿Y vos quien sos?”, volvió a preguntar Jesús. Dios le explicó que podía llamarlo Padre, Señor, todopoderoso o simplemente Dios; Jesús decidía. Pero él, nuevamente, dio media vuelta sacudiendo su mano sobre su hombro mientras mordía su labio inferior y regresó hacia la calle, pensando en salir a caminar para despejarse.
Atravesó la puerta de rejas que daba a la calle ignorando totalmente al diablo, y comenzó a caminar por la calle de tierra. En ningún momento miró hacia atrás, pero al doblar la esquina le pareció divisar que Dios y El Diablo estaban juntos al lado de la puerta de entrada observándolo. Miró hacia arriba y descubrió que estaba comenzando a atardecer. Aludió la misteriosa experiencia que había vivido hace unos instantes al cansancio, al cansancio mental, por lo que determinó decidido que el hecho de caminar un rato le sería muy beneficioso. Mas no podía alejarse demasiado, si en esa ocasión su visión del cielo era correcta su mujer e hijos volverían de un momento a otro, por lo que sólo pensaba en andar unas calles. De todas maneras, pensó, siempre tendría visión de su hogar. El pueblo no era demasiado habitado demográficamente, no había más que unas pocas viviendas por manzana, y la mayoría de ellas, eran casas de fin de semana.
Por otro lado había dejado la puerta abierta, y si bien lo que menos le preocupaba en el pueblo de su casa con jardín era la seguridad, cabía la posibilidad de que, por ejemplo, se pudiera meter un perro en la casa; todas las casas tenían al menos uno.
Él no tenía perro, aun cuando su mujer e hijos siempre se lo habían reclamado a gritos. Se justificaba explicándoles que en su opinión las mascotas terminan siendo un integrante más de la familia; un integrante con una expectativa de vida mucho más corta. Y que la perdida de una mascota resulta insoportablemente dolorosa. Había sufrido mucho de niño a raíz de la muerte de una perra y un perro que tenían sus padres, y no quería que sus hijos padezcan el mismo dolor.
La determinación de la causa de sus visiones, la decisión de que no debía alejarse demasiado debido a que su mujer llegaría en cualquier momento, la hipótesis de que un perro pudiera meterse en su casa y el recuerdo de los argumentos que siempre había ofrecido para no adoptar una mascota le demandaron mucho tiempo; mucho más tiempo de lo que normalmente deberían tomar tres o cuatro razonamientos cortos. Y Jesús lo notó, ya que se dio cuenta de que se había alejado muchas cuadras, ya había perdido de vista a su casa con jardín. “Necesito descansar ya” se dijo, como para no dramatizar sobre el excesivo tiempo que le habían tomado sus meditaciones.
Ahí nomás se dio media vuelta para regresar, ya sin pensar en nada. Al cabo de unos pocos minutos estaba llegando a su casa, al acercarse a la puerta de entrada observó a Dios y al Diablo a unos pocos metros fuera de su casa hablando acaloradamente, y justo en el momento en que ingresaba al jardín le pareció escuchar al Diablo recriminándole a Dios mientras que agitaba el dedo índice: “Ves que teníamos que continuar”.
Se convenció definitivamente de la necesidad de descanso y se fue derecho a la cama sin ya preocuparse por la inminente llegada de su mujer e hijos, decidido a dormir y descansar su mente. Ni siquiera se molestó en cerrar la puerta de entrada, ni siquiera se preocupó en revisar su teléfono celular o el de línea para verificar si había novedades de su familia. Al lado de la reposera reposaban el termo y el mate esperando a ser guardados. Pero Jesús estaba totalmente convencido de su necesidad de descanso, ya habría tiempo de analizar esas visones, pero ese no era el momento; ya habría tiempo para decidir si compartirlo con su mujer, si era conveniente contarle lo que le había sucedido, pero ese no era el momento. Ese era el momento de descansar.
Sin embargo, justo antes de dormirse, en ese instante en el que no es posible diferenciar los sonidos como reales o parte de un sueño, un pensamiento lo asaltó: “¿Acaso no estaba listo aun?”, se preguntó. Desde el punto de vista de Jesús eso hubiera explicado las “visiones” que consideraba había tenido. Los rostros de Juan y Pablo se le aparecieron como imágenes, un segundo más tarde quedó profundamente dormido.

 
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