-Quiero decir -proseguí- que durante tanto tiempo he
estado comiendo de tu pan, aunque también os he dado el mío. Ahora
con la muerte del Sr. Cristòful, os habéis quedado
huérfanos. ¿Tienen ustedes tierras, alguna casa, alguna
renta?...
-No tenemos nada -me contestó Siseta dirigiendo tristes
miradas a los cacharros de la cocina-. No tenemos nada más que lo que hay
en casa.
-Las herramientas valen alguna cosa -dije- mas en fin no hay
que apurarse, que Dios aprieta, pero no ahoga. Aquí está el brazo
de Andrés Marijuán. ¿Dejó tu padre algún
dinero?
-Nada -respondió- no ha dejado nada. Durante su
enfermedad trabajaba muy poco.
-Bien, muy bien -dije yo-. Con eso podéis recibir el
plus que nos dan ahora y la ración que me toca todos los días. No
hay que apurarse. Tú serás madre de tus hermanos, y yo seré
su padre, porque estoy decidido a ahorcarme contigo. Ea, dejarse de lloriqueos;
Siseta, yo te quiero. Tal vez creerás tú que yo no tengo tierras.
¡Qué tonta! Si vieras qué dos docenas de cepas tengo en la
Almunia; si vieras qué casa... sólo le falta el techo; pero es
fácil componerla, sin fabricarla toda de nuevo. Con que lo dicho, dicho.
En cuanto se acabe este sitio, que será cosa de días a lo que
pienso, venderás los cachivaches de la herrería, me darán
mi licencia, pues también se concluirá la guerra; pondremos sobre
un asno a la señora Siseta con Gasparó y Manalet, y tomando yo de
la mano a Badoret, camina que caminarás, nos iremos a ese bajo
Aragón, que es la mejor tierra del mundo, donde nos estableceremos.