-Siseta, ya tú sabes...
Pero antes quiero decir que Siseta era una muchacha gordita y
fresca, que sin tener una hermosura deslumbradora, cautivaba mi alma de un modo
extraño, haciéndome olvidar a todas las demás mujeres y
principalmente a la que había sido mi novia en la Almunia de Doña
Godina. Rosada y redondita, Siseta parecía una manzana. No era esbelta,
pero tampoco rechoncha. Tenía mucha gracia en su andar, y poseyendo
bastante soltura e ingenio en la conversación, sabía sin embargo
acomodarse a las situaciones, distinguiéndose por una gran
disposición para no estar nunca fuera de su lugar, de cuyas prendas puede
colegirse que Siseta tenía talento.
Pues bien, como antes indiqué, tomándole una
mano, le dije:
-Siseta...
No sé qué me pasó en la lengua, pues
callé un buen rato, hasta que al fin pude continuar así:
-Siseta, ya tú sabes que va para cuatro meses que estoy
alojado en tu casa...
La muchacha hizo un signo afirmativo, demostrando estar
convencida de mi permanencia en la casa durante cuatro meses.