La
adrenalina nos ayuda a mantenernos alertas: es responsable de aumentar la
frecuencia cardiaca
y la presión sanguínea. A menudo hemos oído a gente decir "me subió la
adrenalina" cuando se
refieren a una experiencia que supone un desafío o
a un suceso atemorizante. Están hablando de esto último. Un incremento en la
producción de adrenalina hace que el cuerpo aumente el metabolismo de los
macronutrientes (es decir, las grasas, los carbohidratos
y las proteínas) para proveernos de la energía
necesaria para salir de la situación de estrés. Como parte de dicho proceso, el
cuerpo segrega aminoácidos
y vacía sus reservas de magnesio y de calcio en los músculos.
Por
otra parte, el cortisol opera con lentitud, ayudando a liberar energía; es vital en la
preparación del sistema inmune para
que pueda hacer frente a cualquier
amenaza. El cortisol también ayuda
a proteger el cuerpo de agentes peligrosos o patógenos, y a contener las respuestas inmunes
adquiridas, como las alergias o los
trastornos autoinmunes. Cualquiera que
sea la causa del estrés-física,
emocional o psíquica-, durante una
situación estresante el cortisol será secretado en cantidades mayores que las
normales.
Puesto
que el cortisol es capaz de suprimir el funcionamiento normal del sistema
inmune, es posible
que una respuesta al estrés -en que los niveles
de cortisol permanecen elevados durante periodos largos- pueda provocar que el cuerpo se
haga más sensible a las enfermedades
infecciosas. En general, los niveles
de cortisol alcanzan su grado máximo
en las primeras horas de la mañana y descienden hasta el mínimo durante la
noche.