Y cuando a un americano se le mete una idea en la cabeza, nunca
falta otro americano que le ayude a realizarla. Con sólo que sean tres, eligen
un presidente y dos secretarios. Si llegan a cuatro, nombran un archivero, y la
sociedad funciona. Siendo cinco se convocan en asamblea general, y la sociedad
queda definitivamente constituida. Así sucedió en Baltimore. El primero que
inventó un nuevo cañón se asoció con el primero que lo fundió y el primero que
lo taladró. Tal fue el núcleo del Gun-Club. Un mes después de su formación, se
componía de mil ochocientos treinta y tres miembros efectivos y treinta mil
quinientos sesenta y cinco corresponsales.
A todo el que quería entrar en la sociedad se le imponía la
condición, sine qua non, de haber ideado o por lo menos perfeccionado un nuevo
cañón, o a falta de cañón, un arma de fuego cualquiera. Pero fuerza es decir que
los inventores de revólveres de quince tiros, de carabinas de repetición o de
sables-pistolas no eran muy considerados. En todas las circunstancias los
artilleros privaban y merecían la preferencia.
La predilección que a que se les juzga acreedores, dijo un día
uno de los oradores más distinguidos del Gun-Club, guarda proporción con las
dimensiones de su cañón, y está en razón directa del cuadrado de las distancias
alcanzadas por sus proyectiles.
Fundado el Gun-Club, es fácil imaginar lo que produjo en este
género el talento inventivo de los americanos. Las máquinas de guerra tomaron
proporciones colosales, y los proyectiles, traspasando los límites permitidos,
fueron a mutilar horriblemente a más de cuatro inofensivos transeúntes. Todas
aquellas invenciones hacían parecer poca cosa a los tímidos instrumentos de la
artillería europea. Júzguese por las siguientes cifras.
En otro tiempo, una bala de treinta y seis, a la distancia de
trescientos pies, atravesaba treinta y seis caballos cogidos de flanco y setenta
y ocho hombres. El arte se hallaba en mantillas. Desde entonces los proyectiles
han ganado mucho terreno. El cañón Rodman, que arrojaba a siete millas de
distancia una bala que pesaba media tonelada, habría fácilmente derribado ciento
cincuenta caballos y trescientos hombres. En el Gun-Club se trató de hacer la
prueba, pero aunque los caballos se sometían a ella, los hombres fueron por
desgracia menos complacientes.