-¿Está usted seguro de querer ir a ese sitio?
Creo que dudó al ver mi particular vestimenta, que además, me
quedaba un poco grande y me hacía ver más flaco de lo que realmente estaba.
-Claro que sí, ¿por qué me lo pregunta?
-Es que queda bastante retirado, a las afueras de la ciudad y
no se si pueda usted pagar.
Miré mi cartera y vi que me quedaban cien dólares, entonces con
aires de "¡por favor, ayúdeme!", le dije:
-Conduzca usted hasta que marque cien dólares, después ya
veré.
Noté cómo, de manera disimulada pero evidente para un buen
observador, el caballero de particulares olores veía de reojo mi cartera, así
que anduvimos alrededor de una hora y media y de pronto se detuvo.
-Aquí es.
-¿Qué le debo?
Se río y dijo:
-Son cien dólares, ja, ja, ja.
Bajé del taxi, pensando cómo iba a salir de allí, pero mis
pensamientos fueron interrumpidos cuando al levantar la mirada vi una inmensa
puerta negra de hierro forjado culminada por una extraordinaria
V y que debajo
decía, Victoria. Toqué y una voz chillona que parecía salir de la
pared me dijo: