Inmerso en una profunda depresión comencé a beber, perdía
casos, no dormía bien, en fin, me fui hundiendo lentamente hasta que perdí mi
empleo y claro mis bienes y a mis amigos, esos que sólo se tienen cuando tu eres
alguien importante, pero cuando dejas de serlo, ya no son tus amigos, te
conviertes en una persona "Non grata" en el exclusivo mundo de los más
exitosos.
Anduve un tiempo vagando por las calles y comiéndome los bienes
que tenía en casa, desde la ropa hasta los recuerdos de familia. Al cabo de un
tiempo terminé abriendo una pequeña y modesta oficina como abogado y empecé a
litigar, llevaba esos casos que nadie quiere, divorcios de pobres, reclamaciones
de seguros que no dan nada, ganaba apenas para comer y pagar el alquiler del
despacho, dormía en la parte trasera y me bañaba en el aseo del bar que había en
la primera planta, estaba ubicada en uno de esos barrios marginales que rodean
las ciudades y que pareciera que poseen un sistema legal propio, allí las cosas
son más simples, la palabra todavía se respeta, la palabra de un hombre es ley y
bajo esa ley se juzga, condena y ejecuta todo en un mismo instante. Así viví
durante un año y aprendí que la gente no vale por lo que dice o por lo que tiene
sino por lo que hace, y no me refiero a lo que has estudiado, aunque hoy la
gente nos trata dependiendo de lo que hemos estudiado, por ejemplo, mira Carlos
el abogado, Julia la profesora o Roberto el arquitecto, siendo que no somos lo
que decimos sino lo que hacemos como personas; también aprendí que mientras
conserves la mente abierta puedes aprender de cualquier persona y bajo cualquier
situación ya que por lo general no nos damos el tiempo de escuchar u observar,
sólo nos dedicamos a ver y oír, he ahí la diferencia. Como te decía, viví, es
decir, sobreviví así alrededor de un año, hasta que un buen día llegó a mi
oficina una misteriosa mujer toda vestida de negro, su rostro, oculto tras un
velo, dejaba entrever una gran dama, de unos cuarenta años de edad, se podía
vislumbrar a una mujer muy hermosa, estaba acompañada de un corpulento joven,
con un uniforme de chofer, lo que me hizo suponer que poseía una gran fortuna,
me impactó mucho verla ya que no era del tipo habitual de clientes, vagos,
prostitutas, en fin, la crema y nata de los bajos mundos; al cruzar la puerta me
puse inmediatamente en pie, prácticamente salté de mi silla, y frente a mi,
ella, que con voz muy suave preguntó: