-¿Es usted el señor Rodríguez Sainz?
-Sí.
-Bien, deseo contratar sus servicios.
Se me hizo bastante extraño que una mujer con tanta clase
quisiera que un pobre abogado litigante acabado como yo le prestara sus
servicios, seguro que podría contratar al mejor bufete de abogados de la
ciudad.
-Siéntese usted, por favor.
-No, gracias, prefiero que tratemos el tema en mi casa, tome
usted mi dirección, lo espero el sábado a las tres de la tarde, ¿tiene usted
algún problema con ello?
-No, no., allí estaré.
Y sin más, se giró y desapareció en el oscuro y lúgubre pasillo
dejando tras de si un penetrante aroma a jazmín, siguiéndola muy de cerca, como
custodiándola, el corpulento joven.
El sábado temprano me levanté y empecé a arreglarme para acudir
a mi cita de las tres, ya no me quedaba ninguno de esos elegantes trajes que
solía tener en el armario, la verdad los había ido vendiendo uno a uno para
poder subsistir, por lo cual tuve que pedirle a Pepe, el dueño del bar, que me
prestara algo más presentable. Así fue, parado frente al bar de Pepe y luciendo
un particular traje azul oscuro con rayas blancas, de corte cruzado y una
inmensa corbata, que al día de hoy no he podido saber exactamente de qué color
era, ya que parecía una mezcla entre un amanecer caribeño, brillante y colorido
y un atardecer visto desde los acantilados del golfo de Moray en Escocia, frío y
nublado, la verdad parecía un gángster de los años treinta, pero pobre. Tomé el
pequeño trozo de papel y leí: "Alameda de San José numero 13", en la parte
superior había labrada un hermosa V, pasé por alto este detalle y me preocupé
más por averiguar dónde quedaba ese sitio, nunca había oído hablar de él, detuve
un taxi y le pedí que me llevara allí, cuando leí la dirección el robusto y
maloliente caballero que lo conducía me miró profundamente y con voz gruesa
dijo: