-Algo así, mi amigo, pero para lograrlo primero tuve que pasar
por muchas dificultades e incluso llegué a pararme en este mismo puente e
intenté quitarme la vida, gracias a Dios no lo hice, algo en mi corazón me
indicó que no debería hacerlo, que la vida me deparaba otras cosas, que me daba
otra oportunidad, que podía empezar de nuevo. «Siempre, siempre se puede empezar
de nuevo».
Como le venía diciendo, logré terminar mi educación secundaria,
no siendo el mejor de mi clase, pero por lo menos, no siendo el peor; mi madre,
como todas las madres, me llamó a su lado e hizo la pregunta, esa pregunta que
no tomamos en serio pero que, dependiendo de la respuesta, nuestras vidas toman
uno u otro camino.
-Y ahora que has acabado tus estudios, ¿qué te vas a poner a
hacer?
La verdad no tenía ni la menor idea de qué contestar, pero como
todos los adolescentes, con esa llama que se nos mete en el cuerpo cuando somos
jóvenes y que no nos permite pensar con claridad, contesté con gran arrogancia y
aparente seguridad:
-¡Pues estudiar una carrera!
-Bueno hijo, ¿y que vas a estudiar?, dijo mi madre con esa voz
llena de dulzura con la que tratan de ocultar las madres las preocupaciones que
les invaden el corazón, cuando del futuro de su pequeño se trata.