Lo miré fijamente a la cara como intentando arrancar de sus
palabras alguna incoherencia, lo cual no pude, sólo vi a una persona llena de
paz y sabiduría. Me extrañó mucho verlo allí, recogiendo basura, intrigado bajé
de la barandilla y le dije:
-Explíqueme lo que dice.
-Venga, siéntese aquí, le contaré una historia.
Mi nombre, Carlos Alberto Rodríguez Sainz, pero eso da igual,
usted llámeme como quiera, lo importante no son los nombres, sino las personas;
cuando era niño soñaba con recoger la basura, me levantaba a las cinco de la
mañana y me asomaba por la ventana de mi habitación, veía ese inmenso camión
blanco con luces de color amarillo que giraban sin parar, del cual bajaban dos
hombres corpulentos, de grandes hombros y brazos fuertes, recogían los botes de
basura, la depositaban en la parte trasera del camión y luego los dejaban en su
sitio, después se alejaban; nunca supe cómo se llamaban, pero al salir de casa
con rumbo a la escuela, las calles brillaban de limpieza, la gente perecía no
notarlo, pero ellos todos los días temprano en la mañana, venían, hacían su
trabajo y se iban en silencio como pretendiendo no despertar a nadie,
conscientes de que el sueño de los demás también es importante.
Lo interrumpí:
-Pero, entonces, logró ser lo que quería ser, cumplió con ese
sueño que tenía de niño, hoy hace lo que quiere.