Con voz entrecortada le contesté:
-No, no me demoro, ya me retiro, sólo espere usted unos
minutos.
Me miró y dijo:
-¿Va a lanzarse usted del puente?, es una larga, muy larga
caída que además no lo conduce a ningún sitio, créame yo ya he estado allí.
-Eso pretendo, pero me fallan las fuerzas, las piernas me
tiemblan y no me responden.
Después de una larga pausa, se sentó en el borde del andén,
sacó un cigarrillo de un viejo paquete que llevaba en su bolsillo, me miró, con
esos grandes ojos verdes, sentí que me penetraba con su mirada, y dijo:
-No entiendo porque la gente se suicida, porqué quieren
terminar con algo tan hermoso como es la vida, porqué permiten que el miedo los
invada y les haga perder las ganas de seguir adelante.
-Y me lo dice usted, que esta aquí, en medio de un puente a las
cuatro de la mañana, con un frío que cala hasta los huesos y haciendo algo que a
nadie le importa y seguramente ganando un dinero que no le alcanza ni para comer
y menos para conseguir sus sueños.
Dio una fuerte calada a su cigarrillo y con voz profunda y una
grata sonrisa dijo: