-Aquí la tienes, alrededor de cuatro mil ejemplares, la mayoría
de Derecho ya que mi esposo también era abogado como tú; existen algunos
clásicos, Dante, Homero, Shakespeare; también encontrarás libros escritos por
él. ¿Qué opinas?
-Es una colección magnífica, pero claro, esto hace que mi
trabajo se dificulte un poco más ya que nunca me di tiempo para leer a los
clásicos.
-¿Me acompañas a tomar el té?
-Será un gran honor.
Volvimos al salón y nos dirigimos al balcón, todo pintado de
blanco, que se encontraba en el extremo más occidental de la habitación; allí,
una mesita de hierro cuidadosamente decorada soportaba una gran tetera de plata,
una bandeja llena de galletitas y dos tazas de té, en el centro un flacucho
florero que en su interior escondía una esplendorosa orquídea de la cual brotaba
un aroma perturbador; desde allí, se podía admirar la belleza de un pequeño lago
rodeado de jardines y en el cual flotaban casi mágicamente varios cisnes blancos
con sus largos y esbeltos cuellos, que parecían poder verlo todo; nos sentamos y
Victoria sirvió con gran solemnidad el té, primero mi taza y después la de ella,
yo no podía dejar de mirarla y preguntarme por qué yo, cómo supo de mi
existencia, de mi oficina, quién era esta enigmática mujer de hermosos ojos
azules que llegó a mi vida así de repente sin más, ella notó que la observaba y
de manera cordial dijo: