Pensé un poco, doscientos de taxis, me quedarían cien dólares
al día, que es más de lo que gano en una semana, sería un tonto no aceptar.
-Está bien, pero no te garantizo que quede bien realizado el
trabajo, como ya te dije, no sé mucho de organizar bibliotecas.
-Existen varias condiciones.
Lo sabía, nadie da tanto por nada, pensé.
-Primero: debes llegar todos los días a las tres de la tarde,
ni un minuto antes ni un minuto después; segundo: trabajarás hasta las cinco de
la tarde; y como tercero y último, te pido que me acompañes a tomar el té.
Pensé, de nuevo, dos horas de trabajo y té por trescientos
dólares, es estupendo.
-¡Acepto!, contesté enérgicamente.
-Te repito, las reglas son sumamente importantes para mí, de
tal manera que te pido no las rompas; ahora por favor acompáñame, te mostraré la
biblioteca.
Pasamos por un pasillo poco iluminado, en las paredes había
colgados algunos cuadros de pintores famosos, como Monet, Chagall, Van Gogh, y
al final una puerta de madera maciza, ingresamos y quedé perplejo al ver el
tamaño de la biblioteca; era enorme, el olor de libros viejos y madera de roble
invadió todo mi cuerpo; diseñada en forma de semicírculo con cuatro filas y diez
columnas de libros y en el centro, un hermoso escritorio de estilo victoriano,
sobre él, una lámpara de bronce complementada con una caperuza de color verde
esmeralda, acompañado de un sillón forrado en terciopelo rojo oscuro, en el
suelo un parquet ajedrezado blanco y negro que le daba un aire de misterio a
toda la habitación, una pequeña escalera de madera colgaba de uno de los
estantes, desde la cual se podía acceder a toda la colección de libros que allí
se encontraba, y todo esto coronado por una majestuosa lámpara de cuyos brazos
colgaban un sin número de pequeñas gotas de cristal que producían en las paredes
infinidad de figuras cuando la luz las atravesaba, adherida al techo con una
gruesa cadena de bronce se balanceaba lenta, muy lentamente sobre nuestras
cabezas.