Hecho todo aquello, se sentó el hijo de perra, sobre las
patas traseras, a esperar la recompensa.
Pero sus esperanzas no se confirmaron.
Aunque el Burro, aprovechando la primera ocasión, dio
parte de las hazañas de Patudo en la forma más
encomiástica, el León no sólo no concedió al oso
recompensa alguna, sino que escribió de su zarpa y letra al margen del
informe del Burro: "No creo que este oficial sea un valiente, pues se trata
del mismo Patudo que se comió a mi amado Pardillo".
Y mandó que se le enviase a la infantería.
Así se quedó Patudo I de mayor para toda la vida.
Si hubiera empezado directamente por la imprenta, a estas horas sería
general.
Patudo II
Sin embargo, suele ocurrir también que incluso las
fechorías brillantes no reporten provecho alguno. Ser triste ejemplo de
ello le estaba reservado por el destino a otro Patudo.
En los mismos días en que Patudo I se distinguía
en su selva, mandó el León a otra selva igual a otro vofvoda,
también mayor y también Patudo. Este era más listo que su
tocayo, y además -cosa que era lo principal-, comprendía que, en
lo concerniente a la reputación administrativa, del primer paso
dependía todo el futuro del administrador. Por ello, antes de recibir las
dietas para atender a los gastos de locomoción, maduró bien su
plan de campaña, y sólo entonces partió para el territorio
de su mando.