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-¡Lo que significa la opinión pública! -se lamentaba Patudo, limpiándose con la zarpa la carota, toda arañada por los matorrales-. Y luego, quizás vaya uno a parar a los anales de la Historia... ¡en unión del pardillo!

Y la Historia era algo tan grande, que Patudo se quedaba pensativo al recordarla. Personalmente, tenía una noción muy vaga de ella, pero le había oído decir al Burro que hasta el León la temía: "¡No está bien -solía manifestar- figurar en sus anales con cara de fiera!" La Historia sólo valora las degollinas más relevantes; las pequeñas se limita a registrarlas con desprecio. Si, para empezar, hubiera el oso degollado una vacada, saqueado una aldea entera o destrozado la isba del guardabosque sin dejar de ella tronco sobre tronco, entonces la Historia... aunque, en tal caso, ¡podría haberse ciscado en la Historia! Pues el Burro le habría mandado una carta encomiástica, que era lo principal. Mientras que ahora, ¡en buena situación se encontraba! ¡Se había cubierto de gloria con comerse el pardillo! Había recorrido en sillas de posta miles de verstas, ¡cuántas dietas no habría despilfarrado en gastos de locomoción y manutención! Y todo, para comerse un pardillo nada más al llegar... ¡Oh! ¡Hasta los chicos de la escuela se enterarían! Y el tungús salvaje y el calmuco, hijo de la estepa, todos dirían: "Al mayor Patudo lo mandaron a someter a unos insurgentes, y él, en lugar de hacerlo, ¡se ha comido un pardillo!" Además, los propios hijos de Patudo iban al Liceo. Hasta ahora les llamaban "los hijos del mayor", pero, en adelante, los escolares les cerrarían la calle gritando: "¡Se ha comido un pardillo!, ¡se ha comido un pardil!o!" ¡Cuántas degollinas generales no habría de hacer para expiar aquella villanía! ¡A cuánta gente no tendría que desvalijar, arruinar, perder!

 
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