Malditas son las épocas en que, cometiendo grandes
atrocidades, se construye la ciudadela del bienestar público, pero,
¡bochornosos, mil veces bochornosos son los tiempos en que se cree
conseguir ese mismo objetivo recurriendo a las fechorías vergonzosas,
mezquinas!
Patudo estaba desazonado, se pasaba las noches en vela, no
recibía a sus subordinados, un solo pensamiento le obsesionaba:
"¿Qué dirá el Burro de mi barrabasada?"
Y de pronto, como en respuesta a su pensamiento, recibió
un oficio del Burro: "A conocimiento de Su Señoría el
León ha llegado la noticia de que usted a los insurgentes no ha sometido
y un pardillo se ha comido. ¿Es verdad esto?"
Hubo que reconocerlo. Patudo lo confesó en un informe
por escrito y esperó. Huelga decir que la contestación fue la que
tenía que ser: "¡Imbécil! ¡Se ha comido un
pardillo!" Mas, con carácter particular, el Burro manifestó
al culpable (el oso le había mandado, con el informe, un barrilito de
miel en calidad de presente): "Es imprescindible que haga usted una
degollina singular, a fin de borrar la malísima impresión
producida...
-Si no se trata más que de eso, ¡recobraré
mi buena reputación al momento! -murmuró Mijailo lvánich y,
sin perder segundo, acometió a un rebaño de carneros y los
degolló a todos. Luego, atrapó a una campesina junto a un
frambueso y le arrebató el canasto lleno de bayas. A continuación,
empezó a buscar raíces y tallos, y no dejó en todo el
bosque un árbol sano. Por último, irrumpió de noche en una
imprenta, destrozó las máquinas, empasteló los tipos y
echó a la letrina los frutos de la inteligencia humana.