Es sorprendente los grandes efectos que a veces producen las
pequeñas causas. ¡Un pájaro minúsculo, el pardillo,
había emporcado para siempre la reputación de todo un buitre como
él! Antes de que el mayor Patudo se comiese al pardillo, a nadie se le
había pasado siquiera por la imaginación llamarle imbécil.
Por el contrario, ¡todos le llamaban Su Señoría! "Usted
es nuestro padre; nosotros, sus hijos", le decían. Nadie ignoraba
que el propio Burro le protegía ante el León, y cuando el Burro a
alguien en estima tenía, era porque se lo merecía. Y ahora, por
una falta administrativa de lo más insignificante, a todos se les
abrieron los ojos de repente. Y todas las lenguas, en incontenible impulso,
soltaron a una las mismas palabras: '"¡Imbécil! ¡Se ha
comido un pardillo!" Alborotaban como si alguien, con sus medidas
pedagógicas, hubiera arrastrado hasta el suicidio a un tímido
estudiante del Liceo. Aunque tampoco servía la comparación, pues
obligar a un estudiarte del Liceo a que se suicidase, no era una fechoría
vergonzosa, sino auténtica y grande, de la que tal vez se hiciese eco !a
Historia... Pero... ¡un pardillo!, ¡habríase visto!,
¡un pardillo! "¡Valiente ridiculez, hermanos", gritaron a
coro los gorriones, los erizos y las ranas!
Al principio, se hablaba con descontento de la acción de
Patudo (por ser una vergüenza para el bosque natal): luego, empezaron a
mofarse de él; primero, se burlaban los del contorno; después, les
secundaron los moradores de otros lugares más lejanos; iniciaron la mofa
los pájaros y, tras ellos, la continuaron las ranas, las moscas, los
mosquitos. Todo el pantano, el bosque entero.