Y en efecto, cuando quisieron apercibirse los mujiks, ya estaba
Patudo allí. Llegó al territorio de su mando el día de San
Mijailo, por la mañana temprano, e inmediatamente decidió:
"Mañana mismo habrá aquí una degollina".
¿Qué le movió a adoptar tal decisión? No se sabe,
pues en realidad él no era malo, sino bestia sencillamente.
Habría sin duda alguna realizado sus propósitos,
de no haberle jugado los hados una mala pasada.
En espera de la degollina, se le ocurrió a Patudo
celebrar el Día de su santo. Compró un cubo de vodka y se
emborrachó a solas. Y como todavía no se había construido
una guarida, hubo de dormir la mona a la intemperie, en medio de un calvero del
bosque. Se tumbó a la bartola y empezó a roncar, pero, a la
mañana siguiente, quiso la mala fortuna que frente al calvero pasase
volando un pardillo: Era un pardillo singular, listo: sabía llevar un
cubito en el pico y cantar como un canario, si era preciso. Todos los
pájaros se alegraban al verlo, y decían: "¡Ya
veréis qué cosas será capaz de llevar en el pico nuestro
pardillo, con el tiempo!" Hasta el propio León había llegado
la noticia de su listeza, y en más de una ocasión le había
dicho al Burro (en aquel entonces al Burro incluso se le pedía consejo,
pues era tenido por sabio): "¡Cuánto me gustaría
oír cantar a ese pardillo entre mis garras, aunque no fuera más
que una vez!"
Mas, por muy listo que fuera el pardillo, se equivocó en
aquel caso. Creyendo quo lo que había tirado en el suelo era un tronco
podrido, se posó sobre el oso y empezó a cantar. Pero Patudo
tenía el sueño ligero. Notó que, a lo largo de su cuerpo,
saltaba alguien, y se dijo: "¡Este tiene que ser, sin duda,
algún insurgente!"