-¡No comprendo para qué mandan a los voivodas!
Pues incluso sin ellos... -iba a decir el mayor, liberalizando, pero, al
recordar sus emolumentos, ahogó el imprudente pensamiento. Bueno, bueno,
el silencio es oro...
Dichas tales palabras, volvióse del otro lado y
decidió no salir de la guarida más que para percibir sus
emolumentos. Y desde entonces, todo marchó en el bosque como sobre
ruedas. El mayor dormía, y los mujiks le traían lechones,
gallinas, miel, e incluso aguardiente fuerte, y dejaban sus presentes a la
puerta del voivoda. A unas horas determinadas, el mayor se despertaba,
salía de su guarida y se llenaba la barriga.
Así pasó Patudo III muchos años, tumbado
en su guarida. Y como en todo ese tiempo el orden, insatisfactorio, pero
deseable, no fue alterado ni una sola vez ni se cometieron fechorías de
ninguna clase, a excepción de "las naturales", el León
no le regateó sus mercedes. Primeramente, le. ascendió a teniente
coronel; luego, a coronel, y por último...
Pero en aquellos días se presentaron en el bosque unos
mujiks lukashis, y Patudo III salió de su guarida al campo. Y
corrió la suerte de todas las fieras de valiosa
piel.