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Llegó al territorio forestal muy modestamente, a patita, que es sano. Sin señalar las fechas de las recepciones oficiales ni los días de despacho con sus subordinados, entró rápido en su guarida, metióse la zarpa en la boca y se tumbó. Ya estaba tumbado, pensando: "Ni siquiera se puede arrancarle la piel a una liebre, pues, a lo mejor, ¡lo toman también por una atrocidad! ¿Y quiénes lo considerarán así? Si fuera el Burro o el León, ¡todavía podría pasar!, pero lo harán unos mujiks cualesquiera. Además, han ido a inventar eso de la Historia, ¡toda una historia en verdad!" Al recordarla, Patudo reía a carcajadas, en su guarida, pero su corazón se estremecía de espanto, pues presentía que el propio León le tenía miedo a la Historia... ¿Cómo iba a meter en cintura a la canalla forestal de allí? No le cabía en la cabeza. Exigían mucho de él, ¡pero no le dejaban cometer desmán alguno! Adondequiera que se dirigiera, en cuanto empezaba a tomar carrerilla, le gritaban: "¡Alto, espera! ¡No es por ahí, no te metas en eso!" Por todas partes habían surgido multitud de "derechos". ¡Hasta las ardillas tenían "sus derechos". Y él sólo uno: ¡el de recibir perdigonadas en el hocico! Ellos tenían derechos, él, nada más que obligaciones. Y ni siquiera verdaderas obligaciones, sino naderías. Ellos se devoraban de continuo unos a otros, él no podía atreverse a echar la zarpa a nadie. ¿Qué era aquello? ¡Y todo por el burro! ¡A él precisamente se le había ocurrido armar aquel berenjenal! Mas... "¿Quién creó al onagro ligero de remos? ¿Quién le dio libertad?" ¡Eso era lo que tenía que recordar a todas horas, en lugar de ponerse a rezongar sobre "los derechos"! "Proceda con decoro". ¡Triste destino!

 
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El oso voivoda de  Saltikov Schedrin   El oso voivoda
de Saltikov Schedrin

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