3. Las ideas morales no se nos han dado
como objetos de pura contemplación, sino como reglas de conducta; no son
especulativas, son eminentemente prácticas; por esto no necesitan del
análisis científico para que puedan regir al individuo y a la
sociedad. Antes de las escuelas filosóficas había moralidad en los
individuos y en los pueblos, como antes, de los adelantos de las ciencias
naturales la luz inundaba el mundo y los animales se aprovechaban de los
fenómenos notados y explicados por la catóptrica y la
dióptrica.
4. Así, pues, al entrar en el examen de la moral, es preciso considerar que se trata de un hecho; las teorías no serán verdaderas, si no están acordes con él. La filosofía debe explicarle, no alterarle: pues no se ocupa en un objeto que ella haya inventado y que pueda modificar sino en un hecho que se le da para que lo examine.
Por este motivo, los elementos constitutivos de las ideas morales es necesario buscarlos en la razón, en la conciencia, en el sentido común. Siendo reguladores de la conducta del hombre, no pueden estar en contradicción con los medios preceptivos del humano linaje; y, debiendo dominar en la conciencia, han de encontrarse en la conciencia misma.
5. La razón, el sentido
común, la conciencia, no son exclusivo patrimonio de los filósofos: pertenecen a todos los hombres; por lo que la filosofía moral debe comenzar interrogando al linaje humano para que de la respuesta pueda sacar qué es lo que se entiende por moral o inmoral, y cuáles son las condiciones constitutivas de estas propiedades.