CAPÍTULO PRIMERO
Existencia de las ideas morales y su carácter práctico
1. Hay en todos los hombres ideas
morales. Bueno, malo, virtud, vicio, lícito, ilícito, derecho,
deber, obligación, culpa, responsabilidad, demérito, son palabras
que emplea el ignorante, como el sabio, en todos tiempos y países:
éste es un lenguaje perfectamente entendido por todo el linaje humano,
sean cuales fueren las diferencias en cuanto a la ampliación del
significado a casos especiales.
2. Las cuestiones de los filósofos sobre la naturaleza de las ideas morales confirman la existencia de las mismas; no se buscaría lo que son, si no se supiese que son. No cabe señalar un hecho más general que éste; no cabe designar un orden de ideas de que nos sea mas imposible despojarnos: el hombre encuentra en sí propio tanta resistencia a prescindir de la existencia del orden moral, como de la del mundo que percibe con los sentidos.
Imaginaos el ateo más corrompido; el
que con mayor impudencia se mofe de lo más santo; que profese el
principio de que la moral es una quimera y de que sólo hay que mirar la
utilidad en todo, buscando el placer y huyendo del dolor; ese monstruo, tal como
es, no llega todavía a ser tan perverso como él quisiera, pues no
consigue el despojarse de las ideas morales. Hágase la prueba: dígasele que un amigo a quien ha dispensado muchos favores, acaba de hacerle traición: "¡qué ingratitud!" exclamará, "¡qué iniquidad!". Y no advierte que la ingratitud y la iniquidad son cosas de orden puramente moral que él se empeña en negar. Figurémonos que el amigo traidor se presenta y dice al ofendido: "es cierto, yo he hecho lo que usted llama una traición, usted me dispensaba favores; pero, como de la traición me resultaba una utilidad mayor que los beneficios de usted, he creído que era una puerilidad el reparar en la justicia y en el agradecimiento". ¿Podrá el filósofo dejar de irritarse a la vista de tamaña impudencia? ¿No es probable que le llamará infame, malvado, monstruo, y otros epítetos que le sugiera la cólera? Y, no obstante, éste es el mismo filósofo que sostenía no haber orden moral, y que ahora le proclama con una contradicción tan elocuente. Quitad el interés propio; hacedle simple espectador de acciones morales o inmorales: y la contradicción será la misma. Se le refiere que un amigo expuso su vida, para salvar la de otro amigo: "¡qué acción más "bella"! dirá el filósofo. Por algunas talegas de pesos fuertes, un militar entregó una fortaleza, lo que causó la ruina de su patria; ¡qué villanía, qué bajeza, qué infamia! dirá también el filósofo. Esto, ¿qué prueba? Prueba que las ideas morales están profundamente arraigadas, en el espíritu, que son inseparables de él, que son hechos primitivos, condiciones impuestas a nuestra naturaleza, contra las que nada pueden las cavilaciones de la filosofía.