Introducción
En las crónicas de la Conquista y de la Colonia del Nuevo Reino
de Granada se hallan registrados, bien por el valor, ya por la constancia, ora
por la magnitud de sus empresas, los nombres y los hechos de los numerosos
aborígenes que se opusieron de diversa manera a la penetración y al asentamiento
españoles. Pero como la fama no siempre se reparte equitativamente, algunos no
parece que hubieran quedado imprimidos con la suficiente nitidez en la memoria
colectiva de los colombianos y sólo son recordados a nivel parroquial a pesar de
los caracteres casi de leyenda con que sus empresas fueron descritas aún por los
mismos cronistas españoles de la época. Se recuerda con más facilidad, por
ejemplo, a Calarcá, a la cacica Gaitana y a Don Diego de Torres Moyachoque,
cacique de Turmequé, que a Alonso Xeque, "Maldonado", Itupeque, Suamacá y Beto,
que harto qué hacer dieron a los colonizadores con su rebeldía y con el valor y
la inteligencia con que llevaron a cabo sus acciones de guerra.
Entre aquellos guerreros aborígenes, sólo recordados en sus
pueblos originarios porque les erigieron una modesta estatua, o porque fueron
epónimos de una sencilla calle, de un presentable hotel, o de una reducida
provincia, el nombre de PIPATON debería aparecer en los textos de la Historia de
Colombia con igual o mayor señalamiento que el que se les dedica a muchos héroes
patrios que, dicho sea sin el ánimo de menoscabar sus glorias, "vivieron para
ella un solo instante", mientras el cacique yariguí prolongó sus actos de
rebeldía muchos lustros a lo largo y a lo ancho de una extensa zona que
comprendía el actual Magdalena Medio santandereano al occidente y se dilataba
hasta Pamplona al oriente, a pesar del terrible impedimento que le causó en los
talones el Capitán Benito Franco.
Las belicosas cuanto increíbles acciones de este caudillo
indígena en particular, y en general las de todos nuestros antepasados
aborígenes, demuestran con patente claridad dos aspectos que contradicen la
creencia general.