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La presencia de tan virtuosos varones en el enclave, algunos de los cuales no sabían leer, era motivo para que mi maestro les reuniese en ocasiones, para ilustrarles acerca de diversos aspectos de aquella fe. Fue en esas reuniones que yo fui tomando conciencia de los principios básicos de la fe cátara, de los que me inquietaron, especialmente, los que resumiera Marcons con ocasión de la llegada y recepción de un buen grupo de hermanos: –Nuestra conciencia dualista de la existencia ha sido fruto del esfuerzo por esclarecer y separar las fuentes del bien y del mal…: Así es el alma pura, inmortal, el reino espiritual de la luz, creación de Dios. Y el reino de la materia, el mundo, el hombre, creados por Lucifer…, el mal. Dios mandó a dos ángeles a corregir los errores de Lucifer, pero éste los encerró en los cuerpos de los hombres, uno en el de la primera mujer, Eva; y el segundo, en el del primer hombre, Adán. Ahí nace el aliento del espíritu celeste prisionero en nuestros cuerpos. Cuando el alba asomaba tras la línea del horizonte occidental, y una claridad creciente iba blanqueando los pinos, las encinas y los ralos y enanos farallones dispuestos como almenas de un castillo frente y sobre el mar, me encontraba levantado, fuera de la cabaña. Observaba cómo mi maestro (si no había desaparecido, como tantas veces solía) elevaba sus flacas manos al cielo en dirección al sureste, y murmuraba salmodias y letanías que yo no podía recitar, por no estar ordenado. Más tarde, venía a mí y hacía que me sentara a su lado, sobre la gran losa que él mismo ocupaba, y comenzaba su magisterio sobre cuestiones prácticas y escatológicas, humanas y divinas, que poco a poco fueron consolidando en mí el aprendizaje de las cuestiones que a mi maestro parecía interesar que formaran parte de mi acervo cultural y anímico, en el camino preparatorio del inescrutable futuro que me aguardaba. Una mañana, sacó de un saco de palmas un manojo de hojas de papel. Había escritas en ellas algunas oraciones muy cortas y un signo, como una estrella circular con puntas rematadas por pequeños círculos, repetido en cada una de aquellas hojas.
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