https://www.elaleph.com Vista previa del libro "La Nueva Jerusalén" de Joaquín Muñoz Romero (página 3) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Jueves 03 de julio de 2025
  Home   Biblioteca   Editorial      
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  2  (3)  4  5  6  7 
 

Un acre olor y una insufrible quemazón invadieron mis fosas nasales. Al abrir penosamente los ojos, fuertemente cegados por un poderoso resplandor, apareció ante mí la figura de un hombre. Vestía un talar blanco. Estaba inclinado sobre mí. Me incorporé poco a poco, ayudado por el que parecía fraile por el vestido tan similar al que usaba mi tío Antonio.
–No temas –oí decir al fraile–. No tienes heridas y estás a salvo.
Me hizo reposar un buen rato sentado sobre la blanca y lisa superficie de una losa, al pié del acantilado. Aquellas blancas arenas resplandecían; casi me herían los ojos. Las olas suaves, casi silenciosas, emergidas del azul…: todo aquello me recordaba a mi tierra. El fraile me tomó del brazo y, lentamente, iniciamos la marcha. Yo me sentía bastante bien…, como probaba el que empezara a intrigarme el dónde estaba, quién era aquel, sin duda, buen fraile…; y cuestiones de este jaez.
Anduve apoyado en el hombre durante todo el camino. Seguimos el serpenteo de una estrecha vereda que subía hacia la cima de una loma, aparentemente provista de una rala vegetación. Ya en lo alto, a unos cincuenta pasos de distancia hacia el norte, se perfilaba el linde de un bosque de pinos y encinas, con matas de boj, sabinas rastreras, aliagas y zarzales abrazando los pies de los árboles. Entre aquella vegetación, una cabaña cuadrangular, de paredes de piedra y argamasa con techumbre vegetal, parecía ser el albergue de mi salvador. A ella nos dirigimos; fui invitado a tenderme sobre un lecho de frescas hojas de boj. Cuando ya no podía aguantar más mi impaciencia por conocer algo de mi situación, me incorporé y salí al ejido. Entre los árboles distinguí como diez o doce cabañas, más pequeñas que la que me había acogido; fuera de ellas, pululaban frailes ocupados en no sé qué menesteres. Me saludaban con la cabeza, sonrientes. Pensé que todo aquello, si no se trataba de un sueño, era el refugio de santos eremitas…, asimilando estas imágenes a las que mi tío me describía acerca de los Santos Padres del Desierto.
Parece, que a mi salvador le urgía ilustrarme sobre la realidad o misterio de aquel poblado y de sus gentes: Hizo que me sentara a su lado, en una tosca banqueta de madera, en el barrido y batido suelo del ejido, ante la puerta de su cabaña.
–Conocerás de inmediato a los hermanos. Este es un enclave de cabañas, cuya ocupación por nosotros y por los que irán llegando, será abandonada en un próximo futuro… Es prematuro que te inicie en los santos principios de nuestras creencias; a ellos irás accediendo, poco a poco, para tu mejor comprensión y mayor provecho para tu espíritu. Por hoy te bastará saber que somos una religión, la Glesia de Dio, disconforme con la de Roma a lo largo de los años y, en los últimos cincuenta, perseguida hasta la inmolación de sus fieles por el fuego.
La actitud del fraile se correspondía con la que puede esperarse de un hombre de religión: Se retiraba a menudo, y supe que era para decir sus oraciones. Preguntado por mí si eran ermitaños, me respondió que no. Y no tardó en exponerme su condición de perfecto, de bon home; que había escapado milagrosamente a una horrible quema de fieles en el camp des cremats apresados en Montségur. “Troyes, Reims, Châlons, Beziers, Carcasona, Mont-Aimé, Montségur… son nombres –apostilló Marcons– que aprenderás a nombrar con recogimiento. Poco a poco, querido niño, irás asimilando nuestras santas creencias. Estoy seguro de que eres el llamado a continuar la obra que he comenzado, pero que no podré culminar… Has salido del mar; y del mar me llegó la profecía de tu llegada y tu destino… Algo me pide que te llame Simón… y así lo haré en adelante. Tú puedes llamarme Marcons”.

 
Páginas 1  2  (3)  4  5  6  7 
 
 
Consiga La Nueva Jerusalén de Joaquín Muñoz Romero en esta página.

 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
La Nueva Jerusalén de Joaquín Muñoz Romero   La Nueva Jerusalén
de Joaquín Muñoz Romero

ediciones deauno.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.

 



 
(c) Copyright 1999-2025 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com