Un silencio sincopado, un papel de arroz entre folios de cartulina, un papel
de arroz de barrilete entre las nubes y un hilito de nada atado a la punta de un
dedo:
-¿Solamente a mí?
Cristian sospechaba que era inevitable y aún así le hubiera gustado
prolongarlo un poco más. Un tiempo más de madrugadas con flores hurtadas en el
camino, cuando faltaba al trabajo para despertarla con el desayuno y ponerse a
dibujar extraños y mutuos retratos tirados en el suelo, o desnudarse y meterse
en la cama junto a ella, hasta que de apretados y tibios terminasen haciendo el
amor, o no terminaran nunca, que era también una manera de hacerlo. Le hubiera
gustado poder explicarle, poder apasionarse como ayer y desvelarse juntos
persiguiendo la analogía, la traducción, la imagen justa que hiciera posible
compartir el secreto. Pero comenzaba a dudar que tal cosa fuera posible. Más
bien, se inclinaba por algún mantra o sortilegio esotérico antes que
verbalizarlo, dialectizarlo, conceptualizarlo...
Se incorporó y la miró fijamente.
-¡Popol Vú-Abracadabra-Om!
-¿Qué?
-¿Funcionó?
-¿Qué cosa?
-Quizá no era ésa la palabra.
-¿Qué palabra?
-La palabra. La que lo diga todo sin tener que decir nada.
-No. No era ésa. Pero tenés un montón para elegir, y si ponés una al
lado de otra y formas oraciones y todo eso, por ahí...
-V.L.P.
-Velepé.
-Verdad. Libertad. Profundidad.
-Ah. Sos de una de esas logias.
-Lulu: eso es nuestra relación. ¡Y es perfecto! Y no hay nada más allá.
Mirame. ¿Creés que puedo vivir lo que vivimos y no enamorarme, no empezar a
amarte, a acercarme profundamente a vos?
-Yo te hablo de otra cosa.
-Sí. Y esa otra cosa es más peligrosa que un virus psicópata.