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-¿Me querés?
-Sí.
-¿Mucho mucho?
-Sí.
Caricias, besos, y esa incoherencia sinestésica en que dos, de tan juntos y
abrazados, sienten habitar un amplio espacio. Los cuerpos sobre la misma nota,
los ojos en los ojos, en el límite de verse, buscando entrar, tocar, saber más.
Un mechón de puntas de cabello descansando castaño y lacio junto a la comisura
de la boca.
Habían llegado conversando y conversando se habían quedado de pie en el
living. Se habían quitado los abrigos, los habían colgado, habían entrado en la
cocina y preparado galletas de arroz inflado con tomate, lechuga y queso
roquefort. Charlando, habían lavado los platos viejos y los habían secado, cada
uno con su rol. Habían regado las plantas, mimado al gato, sacado la basura y
acomodado un poco el lugar. Habían puesto música, la habían cambiado, se habían
sentado a la mesa y departido naderías como otra melodía, jugado con las manos y
las palabras, roces, intrigas, risas, y cerrando los ojos se habían recostado el
uno contra el otro ya sin decir nada más.
Dramáticamente trivial, cotidianeidad en su eje, plástica de lo común y
corriente, baladí, fútil, nano, y era matemáticamente imposible agregar un
mínimo de cualquier cosa para elevar aquello por encima de su máximo.
-¿Me querés a mí?
-A vos, con todas tus cositas, solo tuyas.
-¿Para siempre?
-Para siempre jamás, detrás del olvido, para siempre es así.