Se trata de una visión del mundo no erudita, quizás ingenua, de
puro sentido común, que pretende ser una ventana abierta de par en par, sin
prejuicios, pero sí con intuiciones. Una visión así me lleva a buscar respuestas
últimas y globales; a rechazar encerrarme en alguna de las parcelas en las que
cómodamente suele instalarse la filosofía posmoderna. Es que, como dice Juan
Pablo II, ".es necesaria una Filosofía de alcance auténticamente metafísico,
capaz de trascender los datos empíricos para llegar, en su búsqueda de la
verdad, a algo absoluto, último y fundamental"1.
Y cada vez que mi búsqueda se arrumba hacia lo absoluto, hacia lo
último y fundamental, intuyo la existencia de una voluntad, como única posibilidad plausible para la
explicación del por qué de todas las cosas. Al final de los caminos recorridos,
siempre me he encontrado ante la necesidad de reconocer su existencia, so pena
de encerrarme en un callejón sin salida. Así ha ocurrido cuando he considerado
la nada como origen de la realidad, o cuando he reflexionado sobre los objetivos
de ésta. Lo mismo me ha ocurrido cuando he pensado en la fuerza activa que crea
las esencias y los entes basados en ellas, así como cuando he tratado de
entender el origen del ente a partir del mero existir.
Esa voluntad que he columbrado no es una voluntad-propiedad de la
materia, ni algo así como un panteísmo. Se trata de una voluntad universal,
espiritual y cósmica, que emerge recurrentemente, cual luz refulgente e
inevitable, enhiesta en lo más alto de la reflexión filosófica.
Carlos Palacios Maldonado
Guayaquil, febrero de
2005
1 Juan Pablo II, "Fides
et Ratio".