También estoy consciente que mi capacidad para percibir y
apercibir es compléxica, es decir, que percibo y apercibo conforme a mi propia
complexión, a mi propia consistencia. Y no tengo la certeza de que mi complexión
sea la apropiada para percibir la realidad tal como ella es. Y si no tengo esta
certeza, debo admitir la posibilidad de que la realidad no sea como yo supongo
que es. Pero toda esta incertidumbre no me lleva a dudar de la existencia de la
realidad, sino de su consistencia. Demasiadas evidencias existen como para dudar
de la existencia de una realidad que me trasciende, y que me incluye.
También tengo que admitir la posibilidad de que haya aspectos de
la realidad que me sean desconocidos, es decir, que la realidad no sea solo la
que conozco, sino también la que desconozco, y esto porque la realidad lo es
todo.
Complexión, fenómeno, representación, filosofía idealista, todo
esto pertenece a un mismo "mundo": mi mundo interior. Lo en sí de las cosas, la
trascendencia, las ideas platónicas, el Uno, la Voluntad en sí, constituyen otro
mundo, el mundo que me trasciende. Pero hay un concepto que engloba todo lo
antes señalado, lo interior y lo exterior, lo conocido y lo desconocido, más
allá de toda duda: la realidad. Pero no la realidad que yo supongo que es, sino
la realidad que es, esto es, aquella realidad que es lo que es, más allá de lo
que yo suponga que es. El reconocimiento de su existencia, repito, es mi punto
de partida.