"¡Qué linda esposita
para mi hijo!" -se dijo el sapo. Y con esto se llevó la cáscara de nuez con Pulgarcita dormida en su interior, y saltó por el agujero de la ventana al jardín.
El sapo y su hijo vivían en el
borde fangoso de una ancha corriente de agua. El sapo joven era más feo aún que su padre. Al ver a la muchachita en su elegante lecho, sólo atinó a exclamar: "Croac, croac, croac".
-No hables tan fuerte, o se
despertará -protestó el sapo viejo-. Y podría escaparse, pues es tan ligera como un plumón de cisne. La pondremos sobre una hoja de nenúfar, en la corriente. Será como una isla para ella, porque ¡es tan pequeña! y no podrá fugarse. Y mientras ella se queda allí nosotros prepararemos a toda prisa una habitación lujosa bajo el pantano, para que te la lleves a vivir cuando te hayas casado.
En el medio de la corriente de agua
crecían unos nenúfares de anchas hojas verdes, que parecían flotar sobre el agua. La más grande de dichas hojas sobresalía de la superficie mucho más que las otras, y hacia ella nadó el viejo sapo llevando la cáscara de nuez en que Pulgarcita dormía aún.
La niña se despertó temprano
aquella mañana, y al ver dónde se encontraba rompió a llorar amargamente. No podía ver nada más que agua a los lados de la gran hoja verde, y sin que hubiera manera alguna de llegar a tierra. Mientras tanto, el viejo sapo estaba muy ocupado bajo el pantano, decorando la habitación con junquillos y otras flores silvestres, para ponerla bonita y digna de su nuera. Luego se echó a nadar junto con su feísimo hijo hacia la hoja donde antes había colocado a la pobre Pulgarcita.
Deseaba llevarse la camita para colocarla en la cámara nupcial y que estuviera lista para cuando la joven la estrenara. Al llegar inclinó la cabeza en el agua y explicó:
-Este es mi hijo. Será tu marido, y ambos viviréis juntos y felices en el pantano, junto al agua.