Así las cosas, decidió sumergirse en un fárrago indescriptible de
lecturas cuya mayor virtud, consistió en el fruto desgarrado que de este fue
manando; borradores sueltos, frases tan enigmáticas como inocentes y una
fantástica procesión de escrituras truncas donde podían distinguirse el
resplandor de verdaderos autores.
No fue, desde luego, la ocasión de su entrevista, la última vez
que sometió a examen sus tenues producciones. Hubo quienes lo arrojaron en el
desierto blanco donde mueren todos los caminos escritos, con la piadosa
determinación de confrontarlo a la perplejidad que causa tanto edificio en
letras para que la humanidad siga acampando en los pantanos. Hubo quienes, con
paciencia de relojeros ciegos, lo iniciaron en el intrincado oficio de descifrar
el andamiaje de la sintaxis, de domeñar el arte exquisito de construcciones y
cálculo, al punto tal, que nuestro joven sospechó la existencia en éstos de una
inconfesable pasión por la ingeniería. Hubo quienes finalmente con una expresión
aturdida y luego de desangrar a tachones sus hojas amarillentas olvidaron y
perdieron sus apuntes, aunque aún le cabe la duda si fueron estos o quienes lo
remitieron a los avisos clasificados del rubro laboral, los que mayor decepción
le ofrendaron.