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El aspecto interior de esta gran ciudad es en general poco grato, pues no reina allí asco, orden ni buen gusto. El estilo arquitectónico es muy macizo. Para sus monasterios e iglesias, los jesuitas importaron de Europa los sillares labrados. En la construcción de las casas se observan los más variados estilos: algunas son altas, construidas a la manera europea y presentan balcones; otras, en cambio, son viviendas insignificantes, chatas, pero en casi todas se encuentran ventanas de vidrio. En la estación seca, particularmente en la ciudad baja, reina un calor sofocante que se hace más pesado por la variedad de hedores que se esparcen por el aire. Una inquieta masa de población, en constante movimiento, en su mayor parte integrada por gente de color, aumenta la incomodidad. En número de diez, doce o más, los esclavos negros transportan grandes cargas, entre gritos o cantos para llevar el ritmo del paso. Esta es la única forma de transporte para llevar toda mercadería del puerto a la ciudad. Tampoco faltan los mercaderes ambulantes que cargan con sus baratijas y las ofrecen a viva voz, y a los costados de las calles se divisan las fogatas de las negras que cocinan, asan y venden a sus paisanos platos nada atractivos.

En general, los usos y costumbres de los habitantes debieran ser los de los portugueses en Europa y en las clases superiores imperaría un lujo exorbitante. En todo momento se encuentran allí extranjeros provenientes de las naciones de ultramar, en especial muchos ingleses y franceses; en cambio los alemanes y holandeses son muy raros.

Durante el día no se ven mujeres por las calles; no es sino al atardecer cuando el bello mundo abandona las viviendas para gozar del fresco y entonces se oyen cantos y el son de la viola. Entre los entretenimientos habituales del pueblo en las calles de Bahía se cuentan los desfiles y procesiones religiosos, muy frecuentes dada la increíble cantidad de los días de fiesta. En esas ocasiones, las calles previamente aseadas se espolvorean con arena blanca y flores, se iluminan las ventanas y con un gran número de cirios los cortejos endomingados marchan hacia la iglesia acompañados por el tañido de las campanas y el chisporroteo crepitante de los fuegos de artificio. Los cortejos fúnebres también se realizan de noche con gran número de luces y aquí todavía no se ha desechado la abominable costumbre de enterrar los muertos en la iglesia. Una vez bendecido y rociado con agua bendita, el difunto es bajado a la fosa, los sacerdotes se retiran y la conclusión del entierro se confía a los esclavos negros. Después de dos años volví a escuchar allí música de órganos en las iglesias y tañido de campanas.

Lindley y Andrew Grant describieron Río de Janeiro y Bahía con bastante precisión en general. En base a sus estampas se podrá tener una idea de las ceremonias religiosas usuales en estas capitales, pero como éstas van progresando año a año en su cultura y elevándose cada vez más, en la actualidad ya se echan de menos muchos usos impropios e instituciones y costumbres anticuadas observadas por esos viajeros, que ya no armonizan con el espíritu de la época. Así, por ejemplo, el ciudadano de las urbes ya no se distingue por su vestimenta de los de las ciudades portuguesas de Europa e imperan allí el lujo y la elegancia en grado sumo.

 
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En la antigua capital Bahía de Maximilian Zu Wied   En la antigua capital Bahía
de Maximilian Zu Wied

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