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Prólogo

Los hombres
Todo un tema

 

Los Hombres. Un tema realmente complejo y a la vez tan simple que causa sorpresa y perplejidad en todos aquellos que lo han abarcado desde diferentes ópticas.
La complicación reside básicamente en el hecho de que nosotras, las mujeres, pretendemos buscar en estos seres, en sus acciones y palabras, toda clase de argumentos, motivaciones o justificaciones que no se corresponden con su naturaleza. Buscamos las causas que se relacionen con nuestra lógica intrincada, basada en nuestra forma de pensar compleja, introspectiva y sensible.
Las mujeres acostumbramos buscarle los condimentos a la vida, conocer a las personas mirando desde su interior. Por lo general, actuamos a partir de una lógica pensada y analizada, pero nunca le damos prioridad a la mente sobre el corazón y los sentimientos. Cuando lo hacemos lo lamentamos, porque va en contra de nuestra esencia. El tan nombrado Sexto Sentido, no es más que sensibilidad interior aplicada a la realidad que nos rodea, a través de nuestras palabras o acciones.
A medida que crecemos, maduramos y envejecemos acumulamos un enorme bagaje de conocimientos acerca de estos entes llamados “hombres”. En algún momento hasta llegamos a preguntarnos si no se tratará de seres de otro planeta, porque muchas veces nos dejan estupefactas, atónitas, confusas, sin saber qué pensar o hacer... en medio de la nada.
Vamos reubicando conceptos, replanteando nuestras hipótesis y llegando a brillantes nuevas conclusiones que consideramos definitivas; nos sentimos orgullosas de haber llegado a ellas para, al final, tener que decirnos: “Nada, absolutamente nada, de lo que creí aprender, es válido”. Entonces nos convencemos que debemos descartar todas nuestras convicciones para adaptarnos (porque sólo las mujeres somos capaces de hacerlo) al intricado y  la vez sencillo mundo de los hombres; a la simple complicación que significa tener un compañero o –de lo contrario–, enfrentarnos a tener que tomar la determinación de que esta complicación no justifica el resultado... y quedarnos solas por un tiempo –hasta sentir otra vez la inevitable necesidad de una presencia masculina, traicionando momentáneamente nuestra determinación–, o de manera indefinida.
Llega un punto en nuestras vidas en que nos resignamos aceptar que “El príncipe Azul” no es ficticio, existe –¡Sí! ¡Existe!–, pero... tarde o temprano termina convirtiéndose en sapo. Y no importa que recurramos a hechizos, pócimas, embrujos o sortilegios varios, ni que encendamos cirios a la virgen y sahumerios “Siete Poderes”, porque la transformación nada tiene que ver con los cuentos de hadas que escuchábamos cuando éramos niñas, sino que se trata de una simple cuestión de tiempo.

 
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