-¡Palabra!- exclamó el molinero-. Eres muy perezoso. Cuando
pienso que acabo de darte mi carretilla, creo que podrías trabajar con más
ánimo. La pereza es un gran defecto y no quisiera yo que ninguno de mis amigos
fuera perezoso o apático. No creas que te hablo sin consideración. Es cierto que
no te hablaría así si no fuese amigo tuyo. Pero, ¿de qué serviría la amistad si
no pudiera uno decir sinceramente lo que piensa? Todo el mundo puede decir cosas
agradables y esforzarse en ser agradable y en halagar, pero un amigo verdadero
dice cosas molestas y no teme causar pesadumbre. Por el contrario, si es un
amigo leal, lo prefiere, porque sabe que así hace bien.
-Lo lamento mucho- respondió el pequeño Hans, restregándose los
ojos y sacándose el gorro de dormir- Pero estaba tan cansado, que creía haberme
acostado hace poco y escuchaba cantar a los pájaros. ¿No sabes que trabajo
siempre mejor cuando he oído cantar a los pájaros?
-¡Bueno, tanto mejor!- replicó el molinero dándole una palmada
en el hombro-; porque necesito que arregles la techumbre de mi granero.
Al pequeño Hans le era muy necesario ir a trabajar a su jardín
porque hacía dos días que no regaba sus flores, pero no quiso decir que no al
molinero, que era su mejor amigo.
-¿Crees que sería inamistoso decirte que tengo que hacer?-
preguntó con voz humilde y tímida.
-No creí nunca, a fe mía- respondió el molinero-, que fuese
demasiado pedirte, teniendo en cuenta que acabo de regalarte mi carretilla, pero
por supuesto que lo haré yo mismo si te niegas.
-¡Oh, de ningún modo!- exclamó el pequeño Hans, saltando de su
cama.
Se vistió y corrió al granero.
Trabajó allí durante todo el día hasta el atardecer, y al
ponerse el sol, vino el molinero a ver cuánto había hecho.
-¿Has tapado el boquete del techo, pequeño Hans?- gritó el
molinero con tono alegre.
-Está casi terminado- respondió Hans, bajando de la
escalera.
-¡Ah!- dijo el molinero-. No hay trabajo tan delicioso como el
que se hace para los demás.
-¡Es un encanto oírte hablar!- respondió el pequeño Hans, que
descansaba secándose la frente-. Es un encanto, pero temo no tener yo jamás
ideas tan hermosas como tú.
-¡Oh, ya las tendrás!- dijo el molinero-: pero habrás de
tomarte más trabajo. Por ahora no tienes más que la práctica de la amistad.
Algún día dominarás también la teoría.
-¿Crees eso de verdad?- preguntó el pequeño Hans.
Sin ninguna duda- contestó el molinero-. Pero ahora que has
arreglado el techo, mejor harás en regresar a tu casa a descansar, pues mañana
necesito que lleves mis carneros a la montaña.
El pobre Hans no tuvo ánimos para protestar, y al día
siguiente, al amanecer, el molinero condujo sus carneros hasta cerca de su
casita y Hans se fue con ellos a la montaña. Entre ir y volver se le pasó el
día, y cuando volvió estaba tan cansado, que se durmió en su silla y no se
despertó hasta entrada la mañana.