-Hablamos de ti con mucha frecuencia este invierno, Hans-
prosiguió el molinero-, preguntándonos qué sería de ti.
-¡Qué amable eres!- dijo Hans-. Temí que me hubieras
olvidado.
-Hans, me asombra oírte hablar de ese modo- dijo el molinero-.
La amistad no olvida jamás. Eso es lo que tiene de admirable, aunque me temo que
no comprendas la poesía de la amistad... Y entre otras cosas, ¡qué bellas están
tus velloritas!
-Sí, realmente están muy bellas- dijo Hans-, y es para mí una
gran suerte tener tantas. Voy a llevarlas al mercado, para vendérselas a la hija
del burgomaestre y con ese dinero compraré otra vez mi carretilla.
-¿Qué comprarás otra vez tu carretilla? ¿Quieres decir entonces
que la vendiste? Es un acto muy tonto.
-Seguramente, pero el hecho es- replicó Hans- que me vi
obligado a ello. Como sabes, el invierno es una estación mala para mí y no tenía
nada de dinero para comprar pan. Así es que vendí primero los botones de plata
de mi traje de los domingos; después mi cadena de plata y luego mi flauta. Por
fin vendí mi carretilla. Pero ahora voy a rescatarlo todo.
-Hans- dijo el molinero- te daré mi carretilla. No está en muy
buen estado. Uno de los lados se ha roto y están algo maltrechos los radios de
la rueda, pero no obstante te la daré. Sé que es muy generoso por mi parte y a
mucha gente le parecerá una locura que me deshaga de ella, pero yo no soy como
el resto del mundo. Creo que la generosidad es la esencia de la amistad, y por
otra parte, me he comprado una carretilla nueva. Sí, puedes quedar tranquilo...
Te daré mi carretilla.
-Gracias, eres muy bueno- dijo el pequeño Hans. Y su afable
cara redonda se iluminó de placer-. Puedo arreglarla fácilmente porque tengo una
tabla en mi casa.
-¡Una tabla!- exclamó el molinero-. ¡Muy bien!
Eso es justamente lo que necesito para la techumbre de mi
granero. Hay una gran brecha y se me echará a perder todo el trigo si no la
tapo. ¡Qué oportuno has estado! Realmente está claro que una buena acción
engendra otra siempre. Te he dado mi carretilla y ahora tú vas a darme tu tabla.
Es cierto que la carretilla vale mucho más que la tabla, pero la amistad sincera
no nunca se detiene en esas cosas. Dame en seguida la tabla y hoy mismo
comenzaré a trabajar para arreglar mi granero.
-¡Ya lo creo!- repuso el pequeño Hans.
Fue corriendo a su casa y sacó la tabla.
-No es una tabla muy grande- dijo el molinero mientras la
observaba- y me temo que una vez hecho el arreglo de la techumbre del granero no
quedará madera suficiente para la compostura de la carretilla, pero claro es que
no tengo la culpa de eso... Y ahora, en vista de que te he dado mi carretilla,
estoy seguro de que accederás a darme en cambio unas flores... Aquí está el
cesto; trata de llenarlo casi por completo.
-¿Casi por completo?- dijo el pequeño Hans, bastante afligido
porque el cesto era bastante grande y comprendía que si lo llenaba, no le
quedarían flores para llevar al mercado y estaba deseando recuperar sus botones
de plata.