Frente a este panorama, Renán, a partir de las vejeces
de la filología y la historia del Oriente próximo, rescata
diferencias, refina apreciaciones, y elabora algunas seguridades que lanza
persuasivamente, irrevocablemente, como verdades que en su tiempo constituyen
una especie de evangelio racional, y siguen siéndolo hoy, en este nuestro
siglo del descubrimiento atómico y de los campos genocidas de
concentración. Era el antídoto contra el estereotipo aglutinador
de la raza, que corrompía la crítica y el buen juicio desde
Gobineau hasta las aventuras expansivas en América de Napoleón
III.
En este contexto, vale destacar que Renán muere en los
umbrales del proceso que desencadenaría la reacción antisemita
más desenfrenada e inesperada, el affaire Dreyfus, reacción
que por serlo se autodenomina "reaccionaria", y que habría de
ser liderada por Charles Maurras y su famosa Encuesta sobre la
monarquía. El hecho de que la prédica maurrasiana fuera
seguida puntualmente por legiones de franceses -y por extensión de
católicos-, que se alistaron en la lucha por las instituciones
sacrosantas (clero y ejército) y contra los judíos convertidos en
ciudadanos por vigencia de los principios de la Revolución Francesa,
habrá de configurar un panorama nuevo en las ideas de inspiración
francesa y europea. Renán se convierte así en el mejor paradigma
del pensamiento del siglo XIX, instalado en ese sitial por la vigencia de sus
ideas y la difusión enorme de sus libros.
Lo que viene después está signado por la
reacción, por la persecución y los pogroms de la Rusia
zarista, las exultantes definiciones chauvinistas en todo Occidente, las
declaraciones retóricas y excluyentes, insostenibles a la luz de la buena
razón, y que sin embargo mediante el halago de sectarismos
etnocentristas, han ido derivando peligrosamente hasta culminar en el racismo
hitleriano de funestísima memoria. Entre aquel antes y el ahora,
Renán sigue ocupando un lugar señero, y he ahí su
mérito mayor y permanente.