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-...Só1o que es esta la mejor casa en todo Pokrovskoie. Son mujiks que temen a Dios, y muy trabajadores. El viejo, desde hace treinta años, es stárosta de la iglesia; no toma vino, ni jura con malas palabras; frecuenta el templo (¡qué bien conocía el intendente el lado sensible de la señora!), y lo que es principal, que tiene sólo dos hijos, porque el tercero es nieto. El mir los señalaba, pero lo justo sería sortearlos con los demás "dobles". Hay algunos que teniendo tres hijos se han dividido por su imprudencia, y ahora resulta que tienen razones para no ir al servicio, mientras éstos tendrán que sufrir por su virtud.

Desde ese momento la señora ya no comprendió nada, no entendió qué significaba "el sorteo entre los dobles", y de qué virtud se trataba; escuchaba los sonidos de la voz del intendente y observaba los botones de nankin de la casaca del intendente; el botón superior se abrochaba de seguro raras veces, por lo cual estaba firme, mientras que el segundo se había descosido por completo y colgaba de modo que ya hacía mucho tiempo hubiera sido preciso recoserlo. Pero como sabemos todos, para una conversación seria no es necesario comprender lo que se nos dice, pues basta únicamente recordar bien lo que debemos decir. Y así obraba la señora.

-Pero, ¿por qué no quieres entenderme, Egor Mikáilovich? No deseo de ningún modo que Dutlov vaya al servicio. Creo que me conoces bastante para saber que hago lo posible para ayudar a mis campesinos, y no quiero el mal para ninguno. Sabes que estoy dispuesta a sacrificar todo, para librar de esta triste necesidad, no sólo a Dutlov, sino también a Jorushkin. (No sé si le ocurrió al intendente que para librarse de esta triste necesidad no era preciso sacrificar todo, sino que bastaba con trescientos rublos; sin embargo, le pudo venir este pensamiento.) Te diré solamente una cosa, y es que a Polikey no lo daré por nada del mundo. Cuando después de aquel asunto del reloj, que él mismo me confesó llorando, juró corregirse, hablé mucho con él y me convencí de que estaba conmovido y arrepentido sinceramente. (Vaya, ¡ya comenzó su canción! -pensó Egor Mikáilovich, y se puso a examinar la conserva de fruta que tenía en el vaso de agua -:¿naranja o limón?, de todos modos debe estar muy amargada, siguió pensando.) Desde entonces ya han pasado seis meses, y ni una vez se ha emborrachado, y su conducta es ejemplar. Su mujer me ha dicho que se ha convertido en otro hombre.... ¿cómo quieres que yo le castigue ahora que él se ha enmendado? Sería, además, una cosa horrible que se mandara al servicio a un hombre que tiene cinco hijos, de los cuales es el único sostén. No, Egor, no me hables más de ello...

Y la señora se volvió a su agua dulce.

Egor Mikáilovich observó el paso del líquido por la garganta de la señora, y después preguntó corta y secamente:

-Entonces, ¿usted ordena que se aliste a Dutlov?

Y la señora dio una palmada, con impaciencia.

-¿Cómo es que no puedas comprenderme? ¿Deseo yo acaso la desdicha de los Dut1ov? ¿Tengo contra ellos el menor resentimiento? Dios es testigo que estoy dispuesta a hacer por ellos todo lo posible. (La señora dirigió la mirada hacia el cuadro que estaba en el rincón, pero advirtió al punto que no era una imagen de Dios: "Es igual; esto no es lo importante", pensaba. Lo extraño era que tampoco esta vez se le ocurrió lo de los trescientos rublos), Pero, ¿qué puedo yo hacer? ¿Acaso yo sé cómo arreglarlo? No lo puedo saber; confío en ti, y ya sabes lo que deseo. Haz que todos se queden contentos, como lo rnanda la ley. No hay remedio no sólo para ellos, para todos hay en la vida momentos críticos. Unicamente que no se mande a Polikey. Tú mismo comprendes que esto sería una cosa terrible para mí.

Hubiera seguido hablando mucho tiempo -a tal grado se sentía animada-, pero entró la criada.

-¿Qué hay, Duniasha?

-Acaba de llegar un mujik para preguntar a Egor Mikáilovich si ordena que la asamblea lo espere -dijo la criada mirando con odio a Egor Mikáilovich-; ¡qué intendente tan imbécil! -pensó la doncella-: ha enfadado a la señora y ahora no me dejará dormir hasta las dos de la mañana.

-Entonces, anda, Egor -dijo la señora-; haz lo mejor.

-Obedezco. (Ya no dijo nada de los Dutlov.) -¿Quién ordena usted que vaya a cobrar al jardinero?

-No, no ha vuelto.

-¿Podrá ir Nikolay?

-Mi padrecito está en cama, le duelen los riñones -dijo Duniasha, que por lo visto era hija de Nicolás.

-¿Quiere usted que yo mismo vaya mañana? -preguntó el intendente.

-No, te necesitamos aquí, Egor.

-La señora quedó pensativa . ¿Qué tanto es?

-Cuatrocientos sesenta y dos rublos.

-Envía a Polikey -dijo al fin mirando resueltamente al rostro del intendente.

Egor Mikáilovich, sin despegar los dientes, contrajo los labios como si fuese a sonreír, pero no hubo cambio en su semblante.

-Obedezco.

-Antes ordénale que venga aquí.

-Obedezco -y Egor Mikáilovich se fue a su despacho.

 

 

 

 

 
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