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El 6 de marzo de 1899, partí de la aldea a las tres y media de la madrugada en compañía del guía y un indio, y a paso lento comenzamos a subir la pendiente por buen camino. Cuando llegamos a las primeras franjas boscosas a unos 1.850 ni de altura empezaba a amanecer el nuevo día. Hicimos un corto descanso y embelesado contemplé la fértil planicie a nuestros pies. Con sus ciudades y aldeas, sus plantaciones, praderas y prolijos caminos la asemejaban más a un paisaje europeo que a una región centroamericana. A través de espléndidas florestas, caracterizadas por una tupida espesura de bambúes que de tanto en tanto esconden algunos ejemplares de una conífera del tipo de los cipreses, alcanzamos el sencillo refugio El Monte (2.100 m.) donde tomamos un ligero refrigerio. Seguimos luego nuestra ascensión a través de hermosos bosques hasta una pradera algo pantanosa y, a poco, a unos 2.530 m de altura, nos encontramos en el borde de cráter del volcán activo Poás. El panorama que se tiene al emerger de la magnífica verdura del bosque y encontrarse de súbito ante el horripilante embudo del cráter, completamente desprovisto de toda vegetación, en cuyo fondo se encuentra un lago de aguas blancas y humeantes cual un enorme caldero de leche hirviente, es realmente sobrecogedor. De las borboteantes y arremolinadas masas de agua, se elevan sin cesar vapores blancos y de tiempo en tiempo, a intervalos irregulares, se hincha un determinado lugar del pequeño lago y entra en efervescencia. Durante un minuto se ve surgir de su seno una columna de varios metros de espesor de fango negruzco que se eleva hasta 5 0 7 metros, mientras que ondas concéntricas se precipitan hacia la orilla dentada para romper allí en espuma. Una enorme nube de vapor asciende con violento fragor y es empujada por el viento nordeste hacia la planicie en dirección sudoeste, de modo que en esa zona toda vegetación ha quedado extinguida y aun las rocas se ven descoloridas y disgregadas. Estas erupciones, parecidas a las de los géiseres deben haber sido grandiosas hacia fines del año 1888 y comienzos del siguiente, en un período en que todo el país se vio sacudido por terremotos. En aquella ocasión Pittier midió con el teodolito una columna de barro y agua de 62 m de altura. ¡Qué tremenda debe haber sido entonces la agitación de las masas de agua cuando semejante columna de fango se precipitó y puso en incontrolable revolución el estrecho estanque! Pero aún hoy los fenómenos Son tan imponentes y fascinadores que a duras penas logra uno abandonar el espectáculo.

El descenso hacia el lago del cráter por la empinada, escarpa formada por escorias sueltas y bancos rocosos disgregados, es muy arduo y nada fácil, de modo que un par de veces coloqué a mi indio que trepaba por todas partes con pies livianos y ágiles, en un lugar seguro, a fin de dar desde allí un mejor sostén a mis manos mediante una cuerda que llevaba en mi equipo. A veces se desciende por laderas sumamente empinadas, otras se emplean estrechos y desfiladeros por los que circulan tumultuosos cursos de agua. Dada la estructura porosa de las paredes, el agua se abre nuevos cauces durante la estación lluviosa. Por esta razón, nuestro guía se vio precisado a buscar a menudo nuevas variantes del camino para evitar las partes intransitables. Por este inconveniente, nuestro descenso nos demandó una hora y el mismo tiempo el ascenso. El agua del lago registró tina temperatura de 51ºC y era tan acre que atacó enseguida la cápsula metálica. de mi termómetro. Según las mediciones de Pittier el lago se encuentra a 2.277 m sobre el nivel del mar. Yo estimé su diámetro en unos 150 mts.

 
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Una ascensión a los volcanes de Costa Rica de Karl Sapper   Una ascensión a los volcanes de Costa Rica
de Karl Sapper

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