De niños, sufríamos una natural asimetría con el mundo adulto. Debido a eso fuimos muy susceptibles a la influencia de los seres primordiales que nos criaron y educaron. Ahora, ya mayores, aún nos mostramos dependientes, pero de la cultura. Esta, de modo abstracto y simbólico, tomó la posta —por así decirlo— en nuestro inconsciente, y pasó a representar a la autoridad adulta original. En ese sentido, la vorágine cultural y comercial de esta era de la exageración sobreexige a las personas y coloniza sus mentes, no sin antes estresarlas y agotar sus defensas. Por consiguiente, los afectados se vuelven proclives a la enfermedad, o a otros males.
En paralelo, el exceso de racionalidad que producen el discurso tecnocientífico, la lógica empresario-mercantil y el mundo —en teoría, carente de fallas— de la informática fomentan en el pensamiento la rigidez, que es otra fuente de malestar y de patología.
Como vemos, la salud humana no es una cuestión solo individual, sino que se halla muy vinculada al modo de vida. Y este, hoy más que nunca, se encuentra influenciado por los intereses de las multinacionales.
Las enfermedades autoinmunes, por ejemplo, constituyenuna nefasta consecuencia de lo descripto. Los cuerpos de los afectados se mimetizan con semejante lógica. En este marco, las defensas, desorientadas, toman órganos o sistemas por su valor simbólico, los confunden con elementos extraños, y los atacan. Resumiendo: esas patologías expresan en forma metafórica la desorientación básica del sujeto actual. Por ende, muy bien podrían denominarse “enfermedades de la desorientación”.
Enfrentados a la preponderante dificultad para gestar un cambio en pos de una cultura más saludable, reconozcamos que la única salida individual pasa por armonizar nuestro mundo mental, y de ese modo obtener más margen para la salud. En tal caso, podríamos enfrentar airosamente los avatares de la vida actual, que tiende a desorientarnos y que nos aleja de nosotros mismos.