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I. EL PLANETA DE LAS BESTIAS
La nave se desplazaba lentamente en tinieblas, sobrevolando
la superficie de las aguas. Elyón ordenó a los miembros de su tripulación que
encendieran las luces para poder examinar de cerca los relieves del planeta.
Sabía que podían acercarse cuanto quisieran pues Uriel, en su informe final,
había declarado que "se ha comprobado que no existen formas de vida inteligente
de orden alguno ni sobre la superficie, ni en el interior, ni en las aguas, ni
en la atmósfera del planeta". No había vida inteligente, pero sí unos enormes
monstruos, dueños y señores de todo cuanto existía sobre la faz del astro. El
punto a estudiar era precisamente éste: la ausencia de formas de vida superiores
¿se debía a estas bestias o era un simple capricho de la naturaleza? Cuando
la noche dio paso al día pudieron contemplar la exuberancia de la vida en todo
su esplendor y Elyón se sintió muy feliz, ya que por fin, después de tanto
recorrer los espacios siderales en busca de un planeta vivo, habían dado con él.
Reunió a sus ministros y les dijo: ?He aquí que hemos encontrado lo que tanto
buscábamos. Sin embargo, como vosotros sabéis, siempre falta algo: en este caso
seres semejantes a nosotros. Me gustaría conocer vuestras teorías acerca de los
motivos a los que se debe esta ausencia. Comienza tú, Rafael. ?Señor, he
estudiado en forma exhaustiva toda clase de organismos biológicos que habitan en
este mundo y puedo asegurar que la evolución tiende a la formación de individuos
físicamente aptos para el desarrollo intelectual. El único freno a esta
evolución lo representan las grandes bestias por dos razones: en primer lugar,
no puede establecerse una correcta selección natural de los más aptos en lo que
a inteligencia se refiere, es decir, tienen la misma o incluso mayor
probabilidad de morir los individuos más inteligentes de una población que los
más atrasados pues, como sabemos, el más reflexivo suele ser también más
indefenso al ataque de las bestias carnívoras. En segundo lugar, nunca podrían
salir de las cuevas y hacerse dueños de la tierra, labrándola, criando ganados y
construyendo sus moradas porque al solo paso de una bestia todo esto quedaría
destruido. En conclusión, no pueden cohabitar la vida inteligente y las grandes
bestias. ?Brillante exposición, Rafael. ¿Alguien tiene otra teoría? ?No,
señor ?respondieron los otros ministros. ?Bien, bien. ¿Qué haremos,
entonces?
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Prehistoria secreta
de M. M. Márquez
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