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PRÓLOGO
"Agrio, insultante y antipático", es el triple calificativo que un
comunicador muy conocido del momento coloca como reclamo poderoso para vender su
último libro. Si esta es la máxima consigna para exaltación del marketing
contemporáneo, entonces, que alguien se compadezca de mi radical ceguera. El
libro que abro para colocarle a manera de prólogo unos párrafos, según me han
pedido sus entrañables autores, puede catalogarse en los antípodas de esa agria
biblioteca. Con el escaso presupuesto de inventiva con que vengo dotado, (soy,
como todos, según Einstein ignorante en algo, pero culto en lo que puedo) y
animado por la inconsciencia del afecto, tengo que decirles, no mejor,
gritarles: ¡Cuidado, mucho cuidado porque aquí intervienen dos pirómanos
auténticos! Este José María Carrascosa, además, es un irremediable nostálgico
que se dedica a sacarle todavía jugo al amarillear de una correspondencia muy
pasada. Y Fernando, como el santo patrono de Sevilla, anda enredado en la madeja
emotiva, estrujando la naranja del paisaje, sus lecturas y los años, de donde
saca luminosos chorros de un zumo que es tan narcótico como mágico. Yo -aunque
algunos piensen lo contrario- que obedezco a rancias normativas clásicas, pese a
mi profesión de periodista hecho al arañazo de las alambradas espinosas de la
noticia diaria, el zumbido de las broncas y los altibajos de las finanzas, no
tengo más remedio que avisarles para no ser traidor: ¡Tengan cuidado porque se
trata de dos fugitivos de la moderna cárcel del 'pensamiento débil'! ¿Y saben
esto qué significa? Pues que estos escritos que desde aquí se presentan, nunca
los encontraremos en los tabancos de los libros viejos. Estará el texto usado,
desencuadernado, raído, pero nunca viejo porque sospecho y hasta compruebo que
ha sido escrito a medias entre el impulso electrónico o informático y una
sobredosis de juventud. ¡Menuda melaza o "pócima amarga y detestable! ¡Como
diría nuestro viejo y común amigo Richard! Desengáñese, amigo, cuando se es
joven, se es joven para toda la vida" (Picasso). Pero voy a decir más para
descargo de conciencia: en estas páginas se fosfatina uno de los principios que
custodian con más mimo los modernos editores, el derecho a la intimidad. Porque
ambos airean con un descaro digno de la más excelsa belleza anímica, cuanto
afecta a su propia y ajena intimidad, a sus ensueños, a su intrincada e inaudita
peripecia humana. Por voluntad expresa hacen lo que el pobre Sigüenza de Gabriel
Miró: "yo, lavo, tuerzo y tiendo mi vida al sol". Y para mayor escarnio,
conviene saber que ambos son cultivo exótico de tierra andaluza: la bronca del
garbillo jiennense y la baja del verde de oro de pinares sombríos
juanrramonianos. No importa: es más dulce su pensamiento, que toda la dulzura
del poniente, véasele desde la Golilla de Cartuja o desde Bajo de Guía. ¿Es esto
bueno o es malo? ¿Se encamina a una finalidad aviesa, torva o abierta y cordial?
Se preguntaría Azorín. Sencillamente van por la senda de "los viejos surcos",
por viñedos florecidos. Ay, que mucha cepa marra ya de aquellos vidueños, de
donde ellos siguen vendimiando buenas cosechas como gente avezada a liberarse de
"shadows and fogs", para ahondar en la vida "con ojos de literatura". José
María es escritor persuasivo según denunciaría Marcuse: escoge las palabras por
su poder de evocación y ya se sabe cuánto mensaje encierra el ámbito agrícola
adornado de senaras, barbechos, sendas, surcos?
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Consiga Por los antiguos surcos... de Jiménez Hernández-Pinzón, Carrascosa González en esta página.
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