El negro Batanero, mientras limpiaba las botas de su jefe, cantaba a voz en cuello una canción sin sentido. Palabra que se le ocurría, palabra era que agregaba a su canción con gran regocijo de su parte y desesperación de sus compañeros.
-¡Cállate, negro del demonio! -le gritó Peters, sin dejar de limpiar su pistola.
Pero el negro continuó cantando alegremente sin preocuparse por los oídos de sus compañeros, y sin hacer caso de sus elocuentes miradas. Pero intervino Moscarda con su vozarrón impresionante:
-¡Si en algo aprecias tu cabeza, cierra el pico, ruiseñor negro!
Y Batanero, que sabía cómo se las gastaba Moscarda, interrumpió su canción.
-¿El jefe piensa salir, Moscarda? -preguntó Peters.
-Creo que sí. Hoy recibió un mensaje del Caballero de Malta -respondió aquél, y agregó-: De manera que hay que estar listos.
No bien terminó de hablar Moscarda cuando hizo su aparición Dick Turpin. Todos se pusieron de pie.
-Peters y Batanero, monten y síganme. Tú, Moscarda, te quedas hasta que vuelvan King y Pat, ¿entendido?
-Sí, jefe.
-Andando entonces.