Entre las muchas cosas que la generosidad de Borges nos
dejara como herencia, privilegio esta frase: "El ejercicio de la literatura no
debe conducirnos a merecer hallazgos, solo a eludir equivocaciones".
Durante
muchos años mi fervor juvenil me hizo detener en el análisis pulcramente literal
de la misma, e interpreté que se refería tan sólo a la bondad que el leer o
escribir nos proporciona en el estilo de la prosa, la utilización del vocablo
adecuado, el tiempo y la cadencia esperadas. Hoy creo que su visión era
muchísimo más amplia, que encriptaba un mensaje trascendente para lo cotidiano,
que es en definitiva el pequeño capítulo de la gran historia.
Cuando leemos o escribimos, lo
hacemos para saber que no estamos solos. Lo hacemos para tomar y dejar
testimonio. Y en la correcta captación de los mensajes cifrados en los textos,
evitando el error que asumieron los protagonistas, podemos usufructuar los
caminos del acierto. Destilar las experiencias de los otros, acorta
definitivamente el camino del conocimiento. Para soltar la mirada, es un intento
de cambiar la posición de observador a protagonista, es una forma de convertir a
los ojos en algo más que una simple máquina de fotografiar paisajes. Es salir
definitivamente en el intento de buscar aquel horizonte bello, lejano e
inalcanzable.
Aquí la mirada se suelta al fin,
deja el caótico y pesado cuerpo, toma vida propia, y acepta el desafío de salir
en la búsqueda lejana y difícil de aquello largamente
soñado.
Adelante pues.
La incierta suerte del camino,
siempre es mejor que el cómodo refugio de la
guarida.