Prólogo
Un motivo por el que hubo palabras de condenación para el
siervo que recibió un talento parece estar claro: por tonto. ¿A quién se le
ocurre enterrar cuatro monedas esperando que haya suerte y se pueda desenterrar
cinco al cabo de mucho tiempo (Mt 25,19)?. Si se entierra un grano de trigo
puede salir una espiga. Pero enterrar algo inanimado...
A pesar de eso, la cosa no queda del todo clara si nos
conformamos con este motivo. Eso sería superficial. Habría que ir más allá. ¿Por
qué procedió así? Él mismo lo dice cuando pretende justificarse ante su señor a
su regreso: «Sé que eres un hombre duro» (Mt 25,24). Le motivó a proceder
de ese modo la imagen que tenía de su señor que, para él, era un hombre duro. La
imagen era totalmente equivocada si se examina bien toda la parábola; pero él
tenía esa imagen falsa de su señor y su equivocación le llevó a tener una
conducta digna de tinieblas, llanto y rechinar de dientes (Mt 25,30).
Pretendo ayudar con este libro a que alguna gente tenga una
imagen del Señor que sea auténtica, conforme a la que Jesús nos enseñó. Quizás
mucha gente no lo necesite porque ya ha asimilado bien el Evangelio; y quizás
también a alguna gente le pueda ayudar. Si Vd. tiene una buena imagen de Dios,
tal como Jesús la revela en el Evangelio, no tiene necesidad de comprar este
libro. Puede adquirir otro que le sea más útil.
Probablemente no podía ser de otro modo lo que ha venido
ocurriendo en los últimos años; las controversias modernas sobre la imagen de
Dios, la muerte de Dios, el ponerse de moda el agnosticismo y el fenómeno
moderno de la increencia tan extendida, tenían que suceder. Leo a los que
escriben sobre este tema y quedo sobrecogido. Parece como si los que tenemos fe,
o queremos tener fe, fuéramos cada vez menos. Podría consolarme que la verdad no
es algo que se decida por mayoría; pero no reconforta nada estar en creciente
minoría a medida que avanza el tiempo y ser mirado como un bicho raro, en
ciertos ambientes, por el hecho de que tienes la misma fe de antes.
Últimamente me pareció que la gente joven vivía con más
tranquilidad el agnosticismo que la increencia. Quizás pensaban que declararse
agnóstico les libraba de algo tan molesto como tener que defender una postura:
no creer. Además, siempre me ha parecido cosa muy difícil no creer sinceramente
en algo que no existe de verdad. El agnosticismo, en general, está mejor visto
que el ateísmo. Es, además, solamente un rasgo de la cultura actual, no su
totalidad.