Con frecuencia el buen novelista se revela por su capacidad para crear personajes, ambientes y situaciones sin valerse de recursos de gran efecto. Así lo prueba la autora de este libro al mantenerse, con difícil y premeditada sobriedad, entre los límites de una realidad cotidiana en la que, según sus propias palabras, nada hay de extraordinario: "ni grandes hazañas, ni grandes tragedias, ni complejos psicológicos o patológicos, ni vicios horrendos, ni exaltadas virtudes". En la antigua calle Victoria, que tanto añora hoy su nombre histórico, hay en la altura correspondiente al número 604, un solar donde, en 1890, se levantaba una casa de patios, rejas y aljibe, al estilo de la época. Un cuarto de siglo después, dicha casa fué demolida para ser reemplazada por un Petit-hotel, expresión igualmente auténtica de otro momento de la vida porteña. Finalmente, en 1948, la piqueta volvió a cubrir de escombros el viejo solar, en el que había de edificarse una casa de departamentos, elemento característico, también, del Buenos Aires de hoy. A través de estas transformaciones, efecto de una paralela evolución los espíritus y en las costumbres, va desarrollándose la historia de una casa cualquiera del Buenos Aires de ayer y de hoy, habitada por una familia como hay tantas, Setenta años de vida porteña, redivivos y palpitantes por la magia de un arte que ha sabido enhebrar los hilos más sutiles y escondidos de muchos pretéritos, para tejer con ellos una trama llena de matices psicológicos de vivo color costumbrista.
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