Al aparecer Juan Pérez Jolote en 1952 el indígena pasó, en nuestra literatura, de sujeto pasivo a narrador, un cambio cualitativo que merece más atención por parte de la crítica. Es posible que, como dice el autor, se haya propuesto exclusivamente escribir una monografía de la cultura chamula, la perteneciente a un grupo de lengua tzotzil que habita en los altos de Chiapas, en la región adyacente a la ciudad de San Cristóbal las Casas. Mas el personaje que escogió es demasiadon vivo, tiene mucho carácter y, en forma casi insensible, con su pintoresco lenguaje lleno de modismos se va adueñando del relato. El papel de un indígena en las primeras décadas de este siglo -y en las últimas- es invariable: el de víctima. Juan Pérez Jolote tiene que asumirlo, mas en su desempeño vemos que su capacidad, en una estructura social menos injusta, le habría deparado un destino diferente. En la narración vemos al personaje de niño, huyendo de los malos tratos de su padre; llevado por la leva a convertirse en soldado huertista y luego en revolucionario; de vuelta en su pueblo, mayordomo, sacristán, alférez, maestro de "castilla", "bolo" y vendedor de trago, mas siempre vital: "Yo no quiero morirme. Yo quiero vivir", afirma.
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