José Enrique Rodó, el ilustre pensador uruguayo, nació en 1872 y murió en 1917. Figura señera de su patria, crítico y ensayista de gran profundidad, alcanzó renombre continental cuando, hacia 1900, apareció su luminoso Ariel, obra a la que siguieron sus no menos importantes libros: Motivos de Proteo y El mirador de Próspero. Humanista y lírico a la vez, puede decirse que Rodó fue el primero que en América dio la señal de alarma acerca de los peligros del utilitarismo sajón, oponiendo a éste su fe en los destinos de la vieja cultura grecolatina. Abanderado de esta causa es Ariel, la magnífica obra del gran uruguayo, con la que enriquece su biblioteca Colección Austral, y cuya aparición fue jubilosamente acogida en toda Hispanoamérica, escribiendo el famoso crítico Clarín un agudo estudio que sirve de prólogo a la presente edición. Ariel, todo espíritu, en oposición a Calibán, todo materia, es en la obra de Rodó el camino que el viejo maestro, antes de despedirse de sus discípulos, les mueve a seguir en un última e inolvidable lección: la juventud de América constituye ese discipulado, y aunque ha de mostrarse siempre moderna y progresiva, no debe dejarse seducir por la ventajas de la acción inmediata y de sus lucrativos y fáciles logros, siendo notable, como recalca Clarín, la forma en que Rodó explica el sentido íntimo del ocio clásico, cuando se goza de la vida, no de un modo hedonístico, sino buscando en la reflexión sin prisa el sentimiento, la esencia poética y eterna de las cosas, rechazando francamente todo bárbaro y arrollador aceleramiento de la actividad humana que quema la Vida y el Tiempo sin dar llama ni calor.
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