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PERSONAJES

FERNANDO, rey de Navarra.

BEROWNE

LONGAVILLE jóvenes señores del séquito del Rey.

DUMAINE

BOYET, caballero, de más edad, del séquito de la Princesa de Francia.

MERCADE, mensajero.

DON ADRIANO, español imaginado por Shakespeare.

HOLOFERNES, maestro de escuela.

SIR NATHANIEL, cura.

DULL, guarda rural.

COSTARD, campesino.

MOTH, paje de Armando.

Un guarda de caza.

LA PRINCESA DE FRANCIA.

ROSALINA

CATALINA damas del séquito de la Princesa.

MARIA

SANTIAGUITA, campesina.

Oficiales y otras personas del séquito del Rey y del de la Princesa.

La acción ocurre en el reino de Navarra.

 

ACTO PRIMERO

ESCENA PRIMERA

En el parque del rey de Navarra

(Entran FERNANDO, rey de Navarra, BEROWNE, LONGAVILLE y DUMAINE.)

EL REY.- Pueda la fama, gloria que todos los hombres persiguen mientras están vivos, perdurar para siempre, grabada en el bronce de nuestras tumbas, proclamando nuestra victoria contra la desgracia de la muerte. Y gracias a ella, y pese al tiempo, ese cuervo voraz, pueda el esfuerzo de este momento actual procurarnos un honor que embote el agudo corte de su guadaña y nos haga herederos de la eternidad. Con ello, mis bravos conquistadores -pues sois verdaderos conquistadores, ya que combatís contra vuestras pasiones y contra el inmenso ejército que son los deseos de este, mundo-, nuestro reciente edicto, puesto en práctica con todo rigor y en toda su amplitud, hará de Navarra la maravilla del mundo, y de nuestra Corte una pequeña academia apacible, contemplativa del arte de vivir. Los tres, Berowne, Dumaine y Longaville, me habéis jurado vivir conmigo durante tres años como mis compañeros de estudios, observando los estatutos de la cédula que veis aquí. El juramento ya está prestado, ahora es preciso que firméis con objeto de que viole el menor artículo de este pacto, vea su honor herido por su propia mano. Si os sentís armados del valor necesario para cumplir lo que habéis jurado hacer, confirmad, mediante una firma, lo jurado, y cumplidlo.

LONGAVILLE.- En cuanto a mí, resuelto estoy. Al fin y al cabo, no se trata sino de un ayuno de tres años. El alma banqueteará si el cuerpo languidece. A mucha panza, poco cerebro. Si los buenos bocados ponen al cuerpo lustroso, también al espíritu en franca bancarrota.

DUMAINE.- Amable señor, Dumaine a la mortificación se entrega también. Abandono los groseros placeres del mundo a los viles esclavos de lo material. Renuncio y muerto soy para el amor, la riqueza, el fasto; todo por vivir como los que se entregan a la filosofía.

BEROWNE.- Yo no puedo, querido soberano, sino sumarme a sus afirmaciones, puesto que he jurado vivir y estudiar aquí durante tres años. Pero hay otras obligaciones demasiado rigurosas, que espero no estén inscritas en la cédula: por ejemplo, no tener contacto con mujer durante todo este tiempo; ni la de abstenerse de alimento un día a la semana y los demás no hacer sino una sola comida; sin contar eso de no dormir sino tres horas cada noche y no poder dar una cabezada en todo el día, ¡yo, habituado como estoy a no conceder nada, ni un mal pensamiento, a la noche, sino a dormirla toda entera, e incluso a considerar la mitad del día como noche cerrada! Espero, pues, que esto tampoco figurará en la cédula. Serían votos tan inútiles como penosos de soportar el no tener contacto con mujeres, ayunar y no dormir, ¡bah!

EL REY.- Juramento has prestado de pasarte de todo ello.

BEROWNE.- Permitidme, si os place, mi querido señor, que responda que no. Cuanto he jurado ha sido estudiar junto a Tu Gracia, y permanecer aquí, en tu Corte, durante tres años.

EL REY.- Has jurado esto, Berowne, y lo demás también.

BEROWNE.- Sí y no, Majestad. Si he jurado, por pura broma ha sido... Porque, ¿cuál es el objeto del estudio? Os ruego me lo digáis.

EL REY.- ¡Evidente es!, conocer lo que sin él no conoceríamos.

BEROWNE.- ¿Queréis decir, sin duda, las cosas ocultas y fuera del alcance del sentido común?

EL REY.- En efecto, tal es la divina recompensa del estudio.

BEROWNE.- ¡Sea!, recompensémonos, pues. Aceptado y jurado darme al estudio con objeto de aprender aquello que me está vedado conocer: por ejemplo, dónde hacer una buena comida cuando me esté expresamente prohibido. Estudiaré también dónde hallar una hermosa querida, cuando el simple sentido común no me la ofrezca. Y cuando haya hecho juramento demasiado duro de cumplir, estudiaré el modo de romperle sin faltar a mi palabra. Si éste es el beneficio del estudio y si en ello ha de consistir el nuestro, es decir, en conocer lo que aún no conocemos, entonces hacedme jurar y jamás responderé no.

EL REY.- Cuanto dices, obstáculos son, precisamente, que se oponen al estudio, por acostumbrar nuestra inteligencia a los vano placeres.

BEROWNE.- ¡Por supuesto, que todos los placeres son vanos! Pero ninguno tanto como el que adquirido con pena, tan sólo penas nos procuraría. ¿Para qué permanecer con los ojos penosamente pegados a un libro, tratando de encontrar en él la luz de la verdad, si esta misma verdad nos ciega traidoramente con su brillo? Luz en busca de luz no es sino luz cogida en los lazos de la luz. Antes de descubrir la luz en el seno de las tinieblas, perdemos los ojos, y a causa de ello, la luz misma se nos torna tinieblas. Aprended, pues, más bien, a encantar vuestros ojos fijándolos sobre otros más hermosos que, con su brillo, os sirvan, de guía y os devuelva la luz tras haberos deslumbrado. El estudio, es como el resplandeciente sol del cielo, que no quiere ser escrutado por miradas insolentes. Los tragalibros asiduos, apenas han ganado jamás otra cosa en los libros escritos por otros que una autoridad canija. Estos padrinos terrestres de las luces celestes que llaman por su nombre a cada estrella fija no gozan de más noches luminosas que los que se pasean ignorantes del nombre de tales estrellas. Conocer demasiado es conocer de segunda mano. Ser padrino no es sino dar nombre a otro.

EL REY.- ¡Qué saber demuestra razonando contra el saber!

DUMAINE.- Como principio no sería malo, si no impidiese toda consecuencia.

LONGAVILLE.- La primavera se acerca cuando los pájaros incuban.

EL REY.- ¿Es decir?

BEROWNE.- Que cada cosa tiene su tiempo y su lugar.

DUMAINE.- Eso, razonablemente, no dice nada.

EL REY.- Berowne es como esas heladas envidiosas y malignas que muerden a lo que nace primero en primavera.

BEROWNE.- Si se quiere, ¡sea! Mas, ¿por qué el orgulloso verano se pavonearía antes de que los pájaros hayan tenido ocasión de cantar? ¿Por qué me alegraría yo de un nacimiento abortado? Ni en Navidad pido rosas ni deseo nieves cuando florecen en mayo. Deseo cada cosa en su tiempo. Es decir, que para darnos al estudio es ya demasiado tarde. Es como subir al tejado para abrir la puertecilla de entrada.

EL REY.- Pues entonces abandona la partida y vuélvete a tu casa, Berowne; ¡adiós!

BEROWNE.- No, bondadoso señor, he jurado permanecer con vos, y aunque he abogado por la ignorancia más que vos podéis hacerlo en favor de vuestro angélico saber, guardaré lealmente el juramento que he prestado y soportaré, día tras día, la penitencia de estos tres años. Dadme la cédula, la leeré de punta a cabo, y estamparé mi firma bajo las más rigurosas cláusulas.

 
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Penas por amor perdidas de William Shakespeare   Penas por amor perdidas
de William Shakespeare

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