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Yo habría huido sobre todo, como necesariamente mal gobernada, de una república en donde el pueblo, creyendo poder privarse de sus magistrados o no dejándoles sino una autoridad precaria, guardase imprudentemente la administración de los negocios civiles y la ejecución de sus propias leyes: tal debió ser la grosera constitución de los primeros gobiernos inmediatamente después de haber salido del estado primitivo, y tal fue aun uno de los vicios que perdieron la república de Atenas.

Pero habría escogido una en donde los particulares, contentándose con sancionar las leyes y con decidir en cuerpo y de acuerdo con los jefes los más importantes negocios públicos, establecieran tribunales respetados, regularizando con esmero los diversos departamentos, eligieran todos los años los más capaces y más íntegros de sus conciudadanos para administrar la justicia y gobernar el Estado y en donde la virtud de los magistrados llevando como distintivo la sabiduría del pueblo, los unos y los otros se honrasen mutuamente. De suerte que, si alguna vez malas interpretaciones viniesen a turbar la concordia pública, aun esos mismos tiempos de ceguedad y de error, fuesen marcados por demostraciones de moderación, de estimación recíproca y de un común respeto por las leyes, presagio y garantía de una reconciliación sincera y perpetua.

Tales son, honorables y soberanos señores, las ventajas que yo habría buscado en la patria en que hubiera escogido, y si la Providencia hubiese además añadido una situación encantadora, un clima templado, un país fértil y el aspecto más delicioso que se pueda concebir bajo el cielo, yo no habría deseado como colmo de mi felicidad, sino gozar de todos esos bienes en el seno de esa dichosa patria, viviendo apaciblemente y en agradable sociedad con mis conciudadanos, ejerciendo con ellos y a su ejemplo, la humanidad, la amistad y todas las virtudes, y dejando tras de mí la honrosa memoria de un hombre de bien y de un honrado y virtuoso patriota.

Si, menos dichoso o demasiado tarde juicioso, me hubiese visto reducido a terminar en otros climas una débil y lánguida carrera, deplorando inútilmente la tranquilidad y la paz de las que una juventud imprudente me hubiese privado, habría al menos alimentado en mi alma esos mismos sentimientos de que no había podido hacer uso en mi país, y penetrado de una afección tierna y desinteresada por mis conciudadanos distantes, les habría dirigido desde el fondo de mi corazón, más o menos, este discurso:

"Mis queridos conciudadanos o, mejor dicho, mis queridos hermanos: Puesto que los lazos de la sangre como los de las leyes nos unen casi a todos, grato me es no pensar en vosotros sin pensar al mismo tiempo en todos los bienes de que gozáis y de los cuales nadie de vosotros tal vez conoce mejor el valor que yo que los he perdido. Mientras más reflexiono sobre vuestra situación política y civil, menos puedo imaginarme que la naturaleza de las cosas humanas pueda permitir una mejor. En todos los otros gobiernos, cuando se trata de asegurar el mayor bien del Estado, todo se limita siempre a proyectos y a simples posibilidades; para vosotros, vuestra felicidad está hecha; no tenéis sino que gozar de ella, y no tenéis necesidad para ser perfectamente dichosos que saber contentaros con serlo. Vuestra soberanía, adquirida o recobrada con la punta de la espada y conservada durante dos siglos a fuerza de valor y de prudencia, está al fin plena y universalmente reconocida. Tratados honrosos fijan vuestros límites, aseguran vuestros derechos y consolidan vuestro reposo. Vuestra Constitución es excelente, dictada por la más sublime razón y garantizada por potencias amigas y respetadas; vuestro Estado está tranquilo, no tenéis ni guerras ni conquistadores a quienes temer; no tenéis otros amos que las sabias leyes que vosotros mismos habéis hecho, administradas por magistrados íntegros escogidos por vosotros; no sois ni suficientemente ricos para enervaros por la molicie y perder en vanas delicias el gusto por la verdadera felicidad y sólidas virtudes, ni bastante pobres para tener necesidad de otros recursos extranjeros que aquellos que os procura vuestra industria; y esa libertad preciosa que no se sostiene en las grandes naciones sino a costa de impuestos exhorbitantes, no os cuesta a vosotros casi nada conservarla.

"¡Que dure por siempre, para la felicidad de sus ciudadanos y ejemplo de los pueblos, una república tan sabia y afortunadamente constituida! He allí el solo voto que os resta hacer y el solo cuidado que debéis tener. A vosotros sólo toca en adelante hacer no vuestra felicidad, vuestros antecesores os han evitado el trabajo, sino a hacerla duradera sirviéndoos con sabiduría de ella. De vuestra unión perpetua, de vuestra obediencia a as leyes, de vuestro respeto por sus ministros depende vuestra conservación. Si existe entre vosotros el menor germen de agrura o desconfianza, apresuraos a destruirlo corno funesta levadura que será causa, tarde o temprano, de vuestras desgracias y de la ruina del Estado. Os conjuro a todos a que os reconcentréis en el fondo de vuestro corazón y que consultéis la voz secreta de la conciencia. ¿Conoce alguien de vosotros en parte alguna del universo un cuerpo más íntegro, más esclarecido, más respetable que el de vuestra magistratura? ¿Todos sus miembros no os dan el ejemplo de la moderación, de la simplicidad en las costumbres, del respeto a las leyes y de la más sincera reconciliación? Dad, pues, sin reserva a tan sabios jefes, esa saludable confianza que la razón debe a la virtud; pensad que son escogidos por vosotros y que los honores debidos a los que habéis constituido en dignidad recaen necesariamente sobre vosotros mismos. Ninguno de vosotros es tan poco instruido para ignorar que en donde cesa el vigor de las leyes y la autoridad de sus defensores, no puede haber ni seguridad ni libertad para nadie. ¿De qué se trata, pues, entre vosotros, sino es de hacer con gusto y con confianza lo que de todos modos estáis obligados a hacer por verdadero interés, por deber y por razón? Que una culpable y funesta indiferencia por el sostenimiento de la constitución no os haga jamás descuidar o desatender en caso de necesidad los prudentes avisos de los más ilustrados y de los más celosos de entre vosotros; pero que la equidad, la moderación y la más respetuosa energía continúen sirviendo de norma a todos vuestros actos y dad, a todo el universo, el ejemplo de un pueblo ufano y modesto, tan celoso de su gloria como de su libertad. Cuidaos sobre todo, y éste será mi último consejo, de no escuchar jamás interpretaciones falsas y discursos envenenados cuyas causas secretas son a menudo más dañinas que las acciones de que son objeto. Toda una casa se despierta se alarma a los primeros gritos e un buen y fiel guardián que no ladra sino a la aproximación de los ladrones, pero se aborrece la importunidad de esos animales alborotadores que turban sin cesar el reposo público y cuyos avisos continuos e impertinentes no se hacen justamente sentir en los momentos en que son necesarios."

Y vosotros, honorables y soberanos señores, vosotros dignos y respetables magistrados de un pueblo libre, permitidme que os ofrezca particularmente mis homenajes. Si hay en el mundo un rango propio para ilustrar a los que lo ocupan, es sin duda aquel que dan el talento y la virtud, ése de que os habéis echo dignos y a cual vuestros conciudadanos os han elevado. Su propio mérito añada aún al vuestro un nuevo resplandor, pues escogidos por hombres capaces de gobernar a otros para ser ellos gobernados, os considero tan por encima de otros magistrados como por encima está el pueblo libre, y sobre todo el que vosotros tenéis el honor de conducir, por sus luces y raciocinio, del populacho de los otros Estados.

 
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Discurso sobre el origen de la desigualdad de Juan Jacobo Rousseau   Discurso sobre el origen de la desigualdad
de Juan Jacobo Rousseau

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